¿Un ballet clásico o todo lo contrario?

La Royal Opera recupera ‘Mayerling’, la joya del coreógrafo Kenneth MacMillan sobre el declive del imperio austrohúngaro que Cines Van Gogh retransmite este lunes en directo

Javier Heras
13/10/2018
 Actualizado a 14/09/2019
Una imagen del ballet ‘Mayerling’ del coreógrafo Kenneth MacMillan.
Una imagen del ballet ‘Mayerling’ del coreógrafo Kenneth MacMillan.
Con su ambientación palaciega, su vestuario de época y su música romántica, ‘Mayerling’ puede parecer un ballet académico. Bajo esa superficie se esconde una obra incómoda, amarga, en la que se abordan el suicidio, la drogadicción o el maltrato. El coreógrafo Kenneth MacMillan, siempre interesado por las aristas psicológicas, se quedó fascinado cuando descubrió la historia del príncipe Rodolfo de Habsburgo. En enero de 1889, el único hijo varón del emperador Francisco José I y la emperatriz Isabel de Baviera (Sissi) apareció muerto a los 30 años junto a su amante adolescente, la baronesa María de Vetsera. ¿Suicidio?, ¿asesinato? Se declaró secreto de Estado. Sucedió en un pabellón de caza en Mayerling, una aldea cercana a Viena.

Casi un siglo después, MacMillan (1929-1992), sucesor de Frederick Ashton y último exponente de la tradición inglesa, narró el declive de Rodolfo, un joven depresivo, con traumas infantiles, educado con severidad, dejado de lado por sus padres, adicto al sexo, el alcohol y la morfina, incapaz de adaptarse a la rigidez de la corte o la farsa de su matrimonio concertado. El Royal Ballet estrenó el título el 14 de febrero de 1978 (¿podía haber un día menos adecuado que San Valentín?). Se convirtió en un clásico inmediato en Londres: lleva más de 150 funciones. Este lunes a las 20:15 horas, los Cines Van Gogh lo retransmitirá en directo desde Covent Garden.

Con su cuarto trabajo de larga duración (tres actos, once escenas), el creador de ‘Manon’ (1974) o ‘Romeo y Julieta’ (1965) impresionó a la crítica por su originalidad, riqueza psicológica, sentido teatral y, cómo no, por la finura, inventiva y expresividad de los pasos de baile. Exige una gran compañía con hasta diez étoiles que hagan creíbles a los distintos personajes. Todos, hasta a los secundarios, están espléndidamente caracterizados: de los padres adúlteros de Rodolfo (que para colmo le imponen moralidad) al cochero Bratfisch. Veremos a solistas de la talla de Laura Morera, Sarah Lamb o James Hay.

Aun así, es el protagonista quien sostiene la trama. El rol, uno de los más complejos del repertorio, requiere tanto virtuosismo como dotes actorales. En lo físico, incluye varios solos y siete agotadores pas de deux con seis bailarinas (todas las mujeres de su vida: su madre, su esposa, su antigua amante…). En lo emocional, ha de transmitir fragilidad, odio, complejo de Edipo, entusiasmo, obsesión, paranoia… De ahí que lo llamen «el Hamlet del ballet». Todo un reto para el versátil australiano Steven McRae, a quien hemos conocido en la piel de Frankenstein y de distintos príncipes, siempre con el equilibrio justo entre emoción y técnica.

Para la música, el director y compositor londinense John Lanchberry (1923-2003), colaborador de Ashton en ‘La fille mal gardée’ (1960) y de Nureyev en su ‘Don Quixote’ (1966), orquestó y arregló hasta 30 fragmentos de Franz Liszt (1811-1886). Evitó sus melodías más conocidas (las sonatas para piano) y recurrió a la ambigua ‘Sinfonía Fausto’ (1854), a distintas polcas y valses o a los poemas sinfónicos ‘Tasso’, ‘Mazeppa’, ‘Festklänge’ y ‘Heroïde funèbre’, más radicales en su lenguaje armónico. Puede que lo eligiese también por sus raíces húngaras, que se comprueban en el ‘Mephisto Waltz nº 1’. Pero por encima de todo, aporta una atmósfera de dramatismo, tensión y extremos dinámicos. Liszt, aparte de pianista superdotado, crítico, literato, mujeriego y luego abate, fue un compositor prolífico y visionario. Anticipó ideas del siglo XX, experimentó con la atonalidad y otros recursos «prohibidos», introdujo golpes audaces, digresiones, modulaciones, cromatismo, buscó la unidad y fue pionero en los leitmotive; Wagner siempre se reconoció en deuda.
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