Un ballet a prueba de bombas (de los nazis)

El coreógrafo inglés Matthew Bourne sitúa su producción de ‘La cenicienta’, el clásico ruso de Prokofiev, en el ataque aéreo de Hitler sobre Londres en 1941, que este jueves se exhibe en diferido a las siete y media en Cines Van Gogh

Javier Heras
15/04/2021
 Actualizado a 15/04/2021
El acto en el Café de París cobra un enorme poder simbólico en el ballet ‘Cinderella’ de Prokofiev-Bourne.
El acto en el Café de París cobra un enorme poder simbólico en el ballet ‘Cinderella’ de Prokofiev-Bourne.
De un coreógrafo que ha pasado a la historia por convertir a los cisnes de Chaikovski en un grupo de bailarines (masculinos) siempre cabe esperar sorpresas. El inglés Matthew Bourne (1960) sitúa ‘La Cenicienta’ en el Londres bombardeado por los nazis en 1941. El ‘Blitz’, que duró ocho meses, dejó 20.000 muertos y una ciudad devastada. En ese contexto desesperado y frágil surge el amor entre la protagonista y -en vez de un príncipe- un piloto de la RAF, la fuerza aérea británica. Los espectaculares decorados de Lez Brotherston, premio Olivier el año de su estreno (1997), evocan los clásicos cinematográficos de Fred Astaire o de Powell/Pressburger, aunque también imágenes históricas como el ataque aéreo de la Luftwaffe al Café de París de Leicester Square: allí se sitúa el baile de salón del segundo acto, que parece un sueño.

El planteamiento tiene mucho sentido: esta música se escribió precisamente durante la II Guerra Mundial. El soviético Prokofiev (1891-1953) venía de triunfar con ‘Romeo y Julieta’ en el Kirov en 1940. Justo después de que el Mariinski le encargase ‘La Cenicienta’, se produjo la invasión alemana de la URSS, que le obligó a retirarse en el Cáucaso y en Georgia. La violencia de aquel momento se reflejó tanto en su ópera ‘Guerra y paz’ como en la música de su sexto ballet: pese a que haya valses, pas de deux, mazurcas, variaciones o danzas nacionales, por debajo laten emociones más oscuras. Podrá verse en Cines Van Gogh el jueves 15 de abril a las 19:30 horas.

El archiconocido cuento de Perrault –sobre la joven huérfana, las malvadas hermanastras, la transformación, el zapato de cristal– ya había inspirado óperas magistrales de Rossini o Massenet, pero en ballet no había corrido tanta suerte. Nadie recuerda la música de Boris Fitinhoff-Schell para la versión de Petipa e Ivanov en 1899 en el Mariinski; tampoco la de Johann Strauss hijo (Berlín, 1901), o la de Frederic d’Erlanger para el montaje de Mikhail Fokine en Londres (1938). Pero Prokofiev cambió la historia. Su partitura se consolidó inmediatamente en el repertorio gracias a un sinfín de virtudes: es rítmica, apasionada, ágil, llena de invención melódica y cambios dinámicos, gloriosamente orquestada. Con razón dio lugar a tres suites de piano y otras tres orquestales. ‘La Cenicienta’ se mantiene entre sus creaciones más populares, junto a ‘Pedro y el lobo’ o la banda sonora de ‘Alexander Nevsky’, de Eisenstein.

Lo que no perduró fue la coreografía original de Zakharov para San Petersburgo (entonces Leningrado) en 1945. La canónica de Petipa sigue imponiéndose hoy, aparte de las innumerables adaptaciones que vendrían en las siguientes décadas: Sergeyev para el Bolshoi, Frederick Ashton para la Royal Opera, Nureyev para París, John Neumeier para Hamburgo… y Matthew Bourne en 1997 para el Sadler’s Wells.

Este último equilibra los pasajes de drama con otros puramente bailados e incluso alguna escena cómica. La orquesta no suena en directo, sino grabada y mezclada con efectos de sonido (explosiones, disparos). El acto en el Café de París cobra un gran poder simbólico: durante los bombardeos de Hitler se llenaba todas las noches de parejas que vencían el terror… bailando. Y por supuesto Bourne deja su toque, como hizo en Swan Lake: sustituye al Hada Madrina por un misterioso Ángel de la muerte con traje plateado y movimientos clásicos. En el elenco, Ashley Shaw, la protagonista, logró una nominación al National Dance Award de 2018.
Archivado en
Lo más leído