Un aullido negro

21/06/2022
 Actualizado a 21/06/2022
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Se quemaba la Culebra sin poder soplarse el cuerpo cuando el calor le obligaba a mirarse en las cascadas zamoranas y refugiarse en los pinares que la asaltaban en su recorrido de abrazo terrenal. Y se veía arder en primavera, reptando casi en el aire, intentando resolver ese encuentro con las llamas que la estrangulaban al tiempo que la arrastraban con fuerza al horno de Lucifer.

Y la garganta del lobo se enlutaba con el llanto al ver que la Culebra ardía y hasta el AVE tenía que frenar el vuelo para preservar sus alas. Dolía ver pasar el todo a la nada, en un tránsito de molesta impotencia que rememoraba postales pasadas como si los años solo hubieran servido para hacernos más viejo.Era la misma tierra que serpenteaba navegando en otro color, lucida de pinares, robles, castaños, de vaquerías que querían volver a ser, de ciervos y de aullidos nuevos que se estaban entendiendo como destino. El lobo allí no es caza sanguinaria. El fuego sí lo es, y se desbocaba corriendo detrás de ciervos que se dejaban los ojos abiertos de pavor al morir, testimoniando una huída agitada, amarga. El más cruel de los finales para una Culebra de piel quemada con la que volvemos a tropezar. Otra vez, y otra y mil más. El Bierzo se llenó de la ceniza zamorana que salía del tanatorio de bosque de su hermana. Y recuperó sus escenarios de fuego imposible. La Tebaida se quebraba al paso de las llamas hace unos años, no tantos. Unas lenguas tan infinitas como mortales sepultaban castaños centenarios, robledales, corzos, jabalíes y se llevaba serpientes de asfalto que morían bajo la tierra yacente, sin cuerda a la que agarrarse. Pensamos que era una vela y… lo que durara la cera. Pero, con el reloj en contra, el atajo se borraba. Lo que quedaba era rezar en la cuna del monacato y pedirle al fuego clemencia. Casi 30 pueblos lo hacen ahora en Zamora, donde ni siquiera las lágrimas han servido de reguero para amilanar frentes retorcidos de copas agonizantes, que gritan al quemarse. La misma piedra, el mismo tropiezo, 30.000 hectáreas convertidas en humo. A vista de dron queda un futuro en extinción y una lección aprendida: que los que la deben aprender, volverán a no hacerlo.
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