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Últimas tardes del año en el barrio

29/12/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Me pregunto cómo le estarán yendo las Navidades a P., de calle en calle por esta ciudad ahogada en niebla. Si no la ven los camareros, se cuela en los bares llenos de gente que brinda y tiende la mano. La gente le dice: «oye, P., no seas pesada, que ya te di algo ayer». Pero ella siempre insiste, porque hay un demonio que se lo exige. «Una ayudita, guapa, venga». Y se va cojeando.

En el supermercado, el pulpo ha subido como si los tentáculos vinieran del mismísimo Cthulhu. Junto a los congelados hay calendarios de adviento para los niños. Y en las neveras, los langostinos más baratos son los más pálidos, hasta la caja es fea. Al volver a casa -una señorona de esta ciudad asegura que ir con bolsas de supermercado por la calle es de pobres-, encontramos al anciano sentado en la terraza del bar. Da igual el frío que haga, siempre está fuera. De su boca sale vapor, y fuma y bebe cerveza con una manta sobre las piernas. «Ése llega a los cien», dice el compañero. Y yo estornudo bajo mi enorme abrigo de plumas.

Hay enfermeras -sobre todo son ellas- que comerán las uvas cambiando sueros y poniendo inyecciones. En el hospital han pedido voluntarios para currar durante las fiestas porque sólo se hacen contratos como estrellas fugaces que ya no ciegan a nadie. En el médico, esta mañana, un tipo gritaba a la administrativa. Qué paciencia y qué poco espíritu navideño. El tipo abría la boca y salían serpentinas como serpientes y confeti de mala leche. Así no se cura uno, hombre, se le va a subir la tensión.

Una mujer compra en los ‘chinos’ una agenda de 2019 y juego con la hija de los dueños a adivinar lo que dibuja en una pizarra mágica: un muñeco de nieve, un árbol de navidad, un elfo. «Esto no sé cómo se dice en español». La niña señala algo que yo tampoco sé qué es. A lo mejor ni existe. Las estanterías revientan de espumillón y cotillones de plástico.

Tras la misa de fin de año en la iglesia evangélica, los gitanos junto al Sil darán palmas y cantarán y bailarán toda la noche. Siguen siendo un poema de Lorca, lo sepan o no, con los caballos sueltos por los prados y el brillo de sus metales. Al lado, la luna tiembla en el río, entre peces deslumbrados.
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