Última batalla con final feliz

Hasta su asamblea de Cornatel han llegado en moto Álvaro y Beatriz: ella con la melena suelta y él con la coleta recogida, dispuestos a formar parte de la gran batalla contra el Conde de Lemos.

Valentín Carrera
13/08/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Monumento a Álvaro y Beatriz en San Román de Bembibre. | D.M.
Monumento a Álvaro y Beatriz en San Román de Bembibre. | D.M.
Viene de [Capítulo 1] y [Capítulo 2]

... Beatriz, puesta en pie, coge el megáfono y arenga a las compañeras: ella no se casará con el ricachón putero y machista; eso está decidido. Si el Conde baboso vuelve a insinuarse, pedirá una orden judicial de alejamiento.

No habrá boda por dinero ni pacto ni cementera en sus fincas de Toral y Cubillos. Como heredera de esas tierras, Beatriz ha decidido instalar en ellas una aldea naturalista y un bosque autóctono. Un bosque donde crezcan castaños, robles, nogales, acebos. «Y una huerta ecológica para comer los frutos de nuestro trabajo —dice Beatriz a los suyos—, y quizá una posada para los miles de peregrinos a Compostela». Será un territorio abierto, libre; libre de malos humos y de basuras, libre de machismos y de condes corruptos y babosos.

Beatriz y Álvaro sueñan con ser felices en un Bierzo muy distinto al que pretenden los señores feudales de Valladolid y Madrid.

Así, al atardecer del día señalado, la suerte está echada. Las huestes de los Templarios del Aire Limpio se encaminan desde Cornatel hacia la llanada de Cubillos, donde el Conde de Lemos y sus esbirros mercenarios les esperan con un ejército de máquinas, palas excavadoras, bulldozers y camiones, todo un arsenal para roturar la tierra y convertir la dehesa en un basurero.

Beatriz y Álvaro, megáfono en mano, recorren la comarca pidiendo socorro a todas las aldeas y comunidades de vecinos y el Bierzo entero se galvaniza contra la infamia. No salen en el periódico ni en la televisión del Conseguidor, pero la llamada de socorro salta de boca en boca y no se detiene hasta llegar a Valladolid, hasta entrar en el mismísimo palacio donde el comendador Juan Vicente Herrera apacienta sus rebaños.
Ya son mil, cinco mil, diez mil voces las que allí llegan como un coro tronante. Al fin, el comendador Herrera dobla el brazo: a su avanzada edad, próximo ya el retiro, no está para perder más batallas, y sabe que esta es una guerra de los poderosos contra su pueblo.

Fulminado por la mirada de Beatriz y la suave diplomacia de Álvaro, Herrera cae del guindo, espabila, abre los ojos… y al fin, firma el decreto que expulsa de una vez por todas y para siempre al Conde de Lemos de las tierras del Bierzo.

—¡Váyase en buena hora el Conde y sus dineros y el aliento fétido de su incineradora de basura!
La noticia corre por el Bierzo como reguero de pólvora, de pólvora que estalla en mil cohetes y bombas de palenque, una fiesta en cada pueblo y todo El Bierzo en fiesta.

Sí, al final habrá boda: no será un casamiento por la iglesia ni de blanco: ya quedó claro que Beatriz celebra Pascua antes de Ramos. Tampoco Álvaro viene a caballo ni con armadura rockera. Será más bien una boda por lo civil, o mejor, ni boda siquiera: el amor no necesita papeles, dice ella; el sexo no necesita firmas, dice él.
Así pues, se besan y abrazan apasionadamente, incluso con lujuria, como dos enamorados cuyos cuerpos se funden por primera vez en el crisol del deseo.

A lo lejos se oyen los brindis y las risas de los Templarios del Aire Limpio, acampados en Mojasacos y en las linares de la ribera del Boeza.

Del Boeza limpio que baja de Gistredo y Catoute, camino de la mar.

Fin
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