Se cuenta en muchos pueblos —una de esas historias que jamás se sabrá si es verdad porque han muerto los informantes— que las carreteras mejor trazadas son aquellas en las que se soltó a un burro con los serones cargados y el trazado siguió el camino que marcaba el burro, que es evidente que buscaba los mejores caminos y se alejaba de los vericuetos.
Tal vez no sea verdad la historia, ni falta que hace, pues de lo que se trata es de reconocer algo que es una evidencia, que los animales se guían por instintos que casi siempre les llevan por los mejores caminos. Baste recordar la fórmula de Zapico para saber cuándo va a caer la primera nevada, fijándose en los topillos que llenan sus despensas de caraculos unos días antes de la tormenta, que ellos saben oler unos días antes.
Mira la imagen. De la reciente nevada. No hace falta que nadie le cuente al perro sobre cómo se combate la friura de los días, cómo se pone a salvo de ese frío tan complicado de soportar, el que entra por los pies.
Aunque no es menos cierto que también para esto puede haber teorías, como la del burro. Estoy escribiendo en la terraza de un bar, aprovechando un rayo de sol y dos de la estufa, y pasan dos jóvenes que al ver al perro me cuentan: «Ese perro tenían que llevarlo a Madrid paraque les enseñe qué hay que hacer en las nevadas».
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