02/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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A la mierda, abanico, que se fue el verano. Y perdone el lector, pero es que los refranes del pueblo son así de contundentes y el cronista no es quién para enmendarlos. Se fueron las vacaciones, y las fiestas populares, y los viajes, y las huelgas de trenes y aviones, y los disparatados discursos de los políticos de las nuevas hornadas. Pero, la novedad es la aparición de un nuevo tipo de esparcimiento llamado ‘tanatoturismo’ (turismo de la muerte) o ‘turismo negro’ que consiste en visitar aquellos lugares que han sido pasto de catástrofes horribles como la de Chernobil.

Los leoneses también tenemos lugares arrasados, como toda la cordillera subcantábrica, la que recorre el tren hullero, o ferrocarril de la Robla a Bilbao, que fuera en tiempos el eje vertebrador de la minería del carbón, que fue vida de este tierra durante más de cien años y que ahora se va hundiendo en la miseria sin que nadie intervenga en nada. Al tren Hullero le ha dedicado el escritor de Sopeña del Curueño, Jesús Díez, un precioso libro de relatos, titulado ‘Viajeros que regresan al tren Hullero’ editado por Huerga y Fierro.

Desde la guardabarrera de Sorriba del Esla, que tuvo al mismísimo Franco retenido en la carretera más de diez minutos con las barreras de Vidanes y de Sorriba cerradas, hasta las historias del estraperlo y los crímenes de la guerra, la emigración y la historia, todo un mosaico de gentes y sucesos van desfilando por el precioso texto en el que Jesús hilvana los recuerdos que tienen como eje conductor el tren con bancos de madera y máquinas de vapor de vía estrecha más largo de Europa (casi 300 kilómetros) desde León hasta la estación bilbaína de La Concordia.

En él fue el cronista a la ciudad, al seminario menor de San Isidoro, con 11 años y una maleta de madera construida por su padre, y unos zapatos hechos a la medida por el zapatero de Modino y una sotana obra de su hermana Elena bajo control de la modista Pepa la de Vidanes que aún cuida de su jardín y de su perro. Pero no recuerda haber llegado con carbonilla en los ojos. Y es que no se atrevió a abrir la ventanilla de guillotina por desconocer el mecanismo y por temor a quebrantar alguna regla de urbanidad de las que se estudiaban en la preceptoría de Vidanes, bajo el látigo del dómine Don Fructuoso.

Turismo oscuro para tiempos oscuros que, sin embargo, y así lo refleja también Jesús Diez en su libro, se nos aparecen ahora como maravilloso soporte de una niñez maravillosa.
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