04/12/2020
 Actualizado a 04/12/2020
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«Es cuatro de diciembre, día de la Patrona... Así empieza mi relato ‘Sangre, carbón y lágrimas’, en el que la Santa cruza el pueblo convertida en cántico, llevada en volandas sobre las voces de los mineros. Santa Bárbara bendita…Y nieva. En esa canción siempre nieva porque ha sido réquiem demasiadas veces y ha acompañado a demasiados mineros de casa al cementerio, con parada en la boca de la mina en la que sus vidas se rompieron.

Eso, siempre iba precedido de la llegada al pueblo de una cara negra surcada por dos gritos blancos, desde los ojos a la boca, lanzando al vuelo las malditas palabras que pendían sobre ellos: accidente, grisú, derrumbe… Y empezaban las carreras y los rezos, los llantos y preguntas. ¿Cuántos? ¿Quién? Aunque en el fondo daba igual porque los muertos ya eran de todos. Y la nieve.

Atrás quedan demasiados relatos reales con final amargo, en las cuencas mineras. Huérfanos cambiando el cuaderno por las torvas, viudas chapoteando en lágrimas mezcladas con el agua negra de los lavaderos y jóvenes reemplazando al padre muerto. Todos con el mismo miedo en los ojos y la misma rabia en la cara, mientras los minerales y los gases, impregnando sus pulmones y sus sueños, les convertían en viejos prematuros con polvo negro en la garganta y una tos naciente que se quedaba a vivir con ellos. Aun así, se echaron a la calle para defender su mina, o lo que es lo mismo, el pan para su casa. Precisamente estos días han empezado a eliminar los esqueletos de edificios mineros en el valle de Laciana. Parece que asistiéramos a la retirada de coronas de la tumba y entrásemos en esa fase del duelo en que te rindes a la evidencia y aceptas el final de la minería, víctima de la economía canalla. Y la dejas descansar para siempre.

Ya sólo quedan recuerdos tatuados con carbón en la memoria de los que lo llevamos en la sangre. Los que sabemos que tras las bocaminas convertidas en santuarios, hay túneles benditos. Por ellos, entre el silencio y las tinieblas, no sólo corre el agua que rezuman las paredes, también corren por allí el sudor que destilaron generaciones de mineros, la sangre derramada de algunos y las lágrimas vertidas por otros. Demasiada vida allá adentro. Por eso hoy, día de Santa Bárbara, se sigue oyendo un coro de voces en las entrañas de la tierra. Es el cántico de los mineros entonando el himno a su Patrona. Ecos que vienen deslizándose por los pasadizos del tiempo. Y entre todos ellos, cada uno distinguimos la voz de los nuestros. Por ellos. Y su nieve.
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