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Túnel susurrante

22/01/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Ya en 1975 los aficionados al chiste y a exprimir el castellano podían disfrutar en ‘El diccionario de Coll’ de perlas como «Pesevre. com. Recipiente de porcelana francesa donde se le pone la comida al ganado francés» o «Mejurar.v.tr. Perfeccionar un juramento» o «Idóletra. adj. Que adora las letras». Cito los anteriores por poner un sustantivo, un verbo y un adjetivo, pero en sus más de doscientas páginas hay mucho para disfrutar. También gozo con las greguerías de Ramón Gómez de la Serna: «el lápiz escribe sombras de palabras» o «la sandalia es el bozal de los pies» o «entre los carriles de las vías del tren crecen las flores suicidas». Lógicamente, no todo son chistes y poemas. También hay marketing, el ingenio aplicado a otras causas, que lo mismo se sirve del humor, que de la sensibilidad, que de otros trucos menos sutiles. Reflexionaba sobre ello tras descubrir lo que era un «túnel susurrante». No es el título de una canción, ni el nombre de un local, ni una enfermedad, ni una abandonada instalación ferroviaria reaprovechada para el turismo. Nada de eso, es un juguete para los gatos, así de sencillo. Consiste en una tela sobre un armazón de alambre con una canica y un cascabel en un extremo. Un artilugio similar a los que se utilizan para guardar ropa sucia, pero sin tapa ni culo. Y se llama así, túnel susurrante. No sé de quien fue la idea, pero no le falta talento. Se lo comentaré al artista Pablo García, también conocido como Pablo Jeje o Pablo Gaga, cuya exposición ‘Corto y cambio’, que se puede ver en el CLA, es un ejemplo de desbordante originalidad literaria y visual, porque combina el collage y la palabra. Una delicia para la imaginación con toques muy leoneses. Sin embargo, lo siento por el genial Pablo García, pero para mí no supera la reinterpretación de esta tierrina que hiciera el maestro Paco Flecha, que rebautizó León como el Reino Menguante.
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