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Tú sí que no vales

29/04/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Al fin Mariano Rajoy ha sentido en sus propias carnes lo que es la despoblación. No fueron ni las cifras del Instituto Nacional de Estadística, con las que se exfolia la piel por las mañanas (unos días con el paro y otros con la emigración), ni el barómetro del CIS sobre las preocupaciones de los españoles, ni tampoco la capa que le pusieron durante su reciente visita a Zamora, lo que le ha hecho descubrir el vacío de estar en medio de un desierto demográfico. Y eso que él no ha tenido que afrontar el complicado reto de encontrar a cuatro personas para poder echar una partida de cartas, algo que ya está por encima de las posibilidades de la mayoría de nuestros pueblos, sino que únicamente tiene que encontrar a una sola persona, un candidato para presidir la Comunidad de Madrid, pero con una condición que se le está convirtiendo en uno de los problemas más complejos que ha afrontado en toda su trayectoria política: que sea limpio. Pasó hace años en la Diputación Provincial de León, después del asesinato de la presidenta y de la detención del presidente que la sustituyó, y fue un mal trago para los que tuvieron que tomar la decisión, una especie de jurado cruel de un programa televisivo que se podría titular‘Tú sí que no vales’. Pensaban en un candidato limpio y, cuando miraban entre lo que había para elegir, nadie le sostenía la mirada a nadie. Todos fijaban la mirada en el suelo, como en la escuela cuando el profesor escudriñaba entre los pupitres decidiendo a quién le preguntaba la lección, y, si alguno daba un paso al frente, se oía una voz al fondo diciendo «¿Pero dónde vas tú?». Algo parecido le debe de estar pasando a Rajoy en Madrid, que no encuentra a nadie que pueda sobrevivir a las propias filtraciones de su partido, en el que ya no gastan esfuerzos en disimular en los medios de comunicación los métodos mafiosos de los que les acusan en los tribunales. El resultado es un daño irreparable para el PP, por más que juegue con su habitual baza de la amnesia colectiva (¿cómo alguien pretende que apueste por la memoria histórica un partido que basa su éxito en el olvido?), para la política, que se distancia un poco más del ciudadano, y también para el periodismo, convertido en arma blanca para las reyertas entre clanes. Llama la atención que ocurre lo mismo con las filtraciones a la prensa que con los goles, porque pueden pasar de ser una genialidad a ser una casualidad según quién lo marque: un medio se hace eco de una filtración y resulta un adalid del periodismo de investigación; otro medio hace lo mismo y se le considera un carroñero. En la política, en la policía, en el ejército, en el deporte y ya casi hasta en las comunidades de vecinos las filtraciones se han convertido en un vicio demasiado habitual. Existirán siempre porque siempre existirán rencores, ambiciones y figurones y porque siempre habrá un periodista dispuesto a dejar que le utilicen su subwoofer. Para no salirnos del guión, por sorprendente que sea lo que tienen que ver nuestros ojos y que escuchar nuestros oídos, mientras la derecha protagoniza un espectáculo dantesco ante las cámaras que ya no tapa ni su habitual discurso de unidad, la izquierda sale al paso para que no hagan falta otras cortinas de humo y exhibe públicamente sus disputas, esta vez en Podemos. Si alguien guardó durante siete años el vídeo de Cifuentes en un supermercado quizá también se conserven la cremas regenerativas que robaba, así que se las podían aplicar todos los partidos, aunque creo que el anti-age no iba a ser suficiente.
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