david-rubio-webb.jpg

Tu padre es inocente

04/06/2017
 Actualizado a 15/09/2019
Guardar
Cada uno puede encontrar el motivo que quiera para sentirse orgulloso de ser de León. El listado es tan amplio que resulta imposible que un leonés no encuentre sus propios argumentos para presumir de serlo. Empieza con el «sin León no hubiera España» con el que arranca el himno, continúa con el origen parlamentarismo, la Catedral y sus vidrieras, las tapas, el pimentón, el carácter o el acento. Hasta hay quién defiende que a León le va a venir muy bien el calentamiento global. Los hay que se congratulan de vivir en la misma ciudad que acoge uno de los doscientos santos griales que se reparten por el mundo, y los hay, incluso, que se congratulan simplemente de no vivir en Valladolid. Hay mucho donde elegir. Ya se sabe que las señas de identidad y los indicadores económicos suelen mantener una relación inversamente proporcional. En la última semana se han sumado a esta oferta más motivos para sentirnos orgullosos de lo nuestro. El ascenso de la Cultural y Deportiva Leonesa a la Segunda División (no me atreví a titular «León ya es de Segunda» por lo que pudiera pasar) ha generado miles de «contentos de ser de aquí», pero hay otro sector de la ciudad que si ahora pasa «la vida llorando y suspirando» por esta tierra no es por los goles, sino por los sucesos, ese género periodístico en el que sí somos de Primera: el otro día, en el Barrio Húmedo, le partieron la cara al hijo de Luis Bárcenas. La pelea no tuvo que ver con la caja B del Partido Popular, que bien podría ser un argumento, ni con las letras de su grupo Taburete, que también hubiera valido como justificación pues hacen bueno al mismísimo Melendi y, para rizar el rizo, les pone música un nieto de Gerardo Díaz-Ferrán, sino que tuvo un origen más antiguo que los «concilios, fueros y reyes»: dos chicas que se rozaron. En las provincias donde no asciende el equipo de fútbol local, esta semana la actualidad ha vuelto a estar copada por la corrupción, ese delito que en este país persigue parcialmente la justicia y amparan totalmente las urnas. Rajoy no podrá declarar por televisión en el juicio de la trama Gürtel, una maniobra con la que parece bajar un escalón el presidente del gobierno pero, en realidad, lo suben los verdaderos imputados, a los que, cuando les indiquen el lugar en el que sentarse, les podrán enseñar la foto de «aquí estuvo el otro día Mariano» (esa foto que también nos querían robar, aunque vaya a ser lo único que nos quede), como si vas a un restaurante y te muestran las de los famosos que han pasado por allí. Además, el fiscal anticorrupción tuvo que dimitir porque se le vino encima la frase de aquel cura: «Haced lo que yo digo y no lo que yo hago». A pesar de todo ello, uno podría albergar la ilusión de que una nueva generación sea capaz de cambiar de una vez las cosas, que dentro de poco tiempo alcancen el poder jóvenes políticos sin nada que ocultar, que ni tengan que ceder a las presiones de los grandes medios de comunicación ni desprecien la capacidad de los medios emergentes, pero la verdad es que se pierde toda la esperanza al escuchar cómo miles de adolescentes, al salir de sus fucking graduaciones, le gritan al hijo de Bárcenas en sus conciertos: «Willy, valiente, tu padre es inocente».
Lo más leído