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Tú me radicalizaste con todas esas cosas

22/11/2020
 Actualizado a 22/11/2020
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Imaginemos que estamos en 1959 y alguien nos presenta un esquema de lo que en el futuro será internet. Tendríamos que estar muertos para que no nos invadiese una cálida sensación de encontrarnos ante algo que puede acabar con los grandes problemas de la humanidad. Al tener acceso al saber y las experiencias de toda la población mundial, crecerían los niveles de tolerancia y empatía hacia los demás, se eliminarían las desigualdades entre ricos y pobres, y florecería una nueva fe en nosotros. Pues bien, ahora a toro pasado, hemos visto que ha terminado siendo justo lo contrario. Como en tantas ideas que son buenas sobre el papel, la práctica acaba trayéndonos siempre su cara decepcionante y negativa.

En estos ocho meses, hemos entregado a la ‘Red de Redes’ (qué horror de nombre y qué pena que ya no se use) la gestión de la mayoría de los aspectos de nuestra vida, desde el laboral hasta el familiar o el del entretenimiento. No quedaba otra y en muchos momentos hemos pensado que, menos mal, aún tenemos internet para sobrellevar esto y no salir a la ventana con una escopeta y «disparar al azar contra la multitud tantas veces como sea posible», como decía André Breton del surrealismo.

Pero igual que no sabemos aún gestionar las catástrofes naturales y las pandemias como ésta –actos absurdos, de los que no se puede extraer nada, que sólo absorben como un agujero negro– tampoco estamos programados para vivir a través de internet. Y de ahí surgen los problemas.

Lo que en teoría debería ser una fuente de transmisión de conocimiento transformando a cualquiera en profesor (YouTube) ha terminado convirtiéndose en un canal para la difusión de la estulticia, la mongolada y los vídeos de gatitos. Para echarse unas risas, vamos. Sin que ello signifique algo negativo: en este barrio somos muy ‘fans’ del humor imbécil.

En cuanto a las redes sociales, lo más importante que nos han aportado ha sido la implantación total de las ‘cámaras de eco’: esos entornos mediáticos/digitales que vienen a confirmar nuestras ideas previas. Cuando escoges a tu grupo de ‘amigos’ en Facebook o a quien seguir en Twitter te estás haciendo una burbuja desconectada de la realidad. Incluso se puede llegar a pensar que ‘la gente’ (concepto muy repetido hoy por un par de partidos políticos) piensa lo que resuena en tu cámara. Hay que imaginarse el efecto destructor que tienen las nuevas tecnologías de la información sobre el cerebro para terminar concluyendo algo así.

En vez de ayudarnos, internet nos ha radicalizado y nos ha llevado a los extremos. Y eso, cuando todo esto pase, es un deterioro que no creo que seamos capaces de rectificar.
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