23/01/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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En la vida, a diferencia de lo que sucede en matemáticas, no se cumple la propiedad conmutativa y el orden de factores sí altera el producto. En la vida, sí se cumple, sin embargo, la Ley de la física clásica de que el efecto sigue a la causa. Pretender alterar este orden o ignorar la necesidad de la causa para que se produzca un resultado, además de un error, suele traer complicaciones. Como también resulta problemático confundir el fin que se persigue.

Me hago esta reflexión al pensar en una de las obsesiones de nuestra sociedad moderna que es la de triunfar. Triunfar se ha convertido en el fin deseado, cuando en realidad el triunfo debe ser una consecuencia. Conocer el sentido original que tenía el triunfo puede aclararnos esta confusión. El triunfo tiene su origen en la Roma republicana y consistía en un honor que se concedía al general victorioso que había derrotado con sus legiones a un enemigo extranjero, salvando o engrandeciendo la República. En procesión por las calles de Roma, precedido por sus soldados y por los enemigos vencidos, era aclamado por los ciudadanos.

Obviamente, el triunfo no era el fin del general en la batalla, su fin era vencer al ejército adversario y su victoria sería consecuencia de virtudes marciales: la disciplina, el coraje, la entrega y la estrategia. La concesión de un triunfo, además de honrar al triunfador, pretendía también ser ejemplo para la ciudadanía y ensalzar valores considerados esenciales.

En esta sociedad ‘líquida’ –como la definió Zygmunt Bauman– todo es volátil y fluido y obviamos la necesidad de unos valores sólidos. Sin valores no se puede triunfar o no se trata de un triunfo verdadero. Esta es la razón por la que me alegran enormemente los triunfos recientes de dos buenos amigos. Jesús Salvadores ha sido galardonado con el Premio Mingote de Periodismo por su fotografía ‘El infierno provocado’. Eduardo Barrallo ha sumado a su brillante palmarés el Campeonato de España de Colombofilia, en la modalidad de Velocidad y M. Fondo. Me alegran enormemente sus triunfos porque son la consecuencia de su talento, de su vocación, de su sacrificio y de su trabajo. Jesús y Eduardo son un ejemplo del que debemos aprender.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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