09/07/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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No creo que quede fuente en Roma (ni en el mundo) donde los viajeros no arrojen una moneda para garantizar su vuelta. Desconozco a quién se le ocurrió poner en circulación esa leyenda que, bien gestionada, podría servir para aumentar los caudales municipales de una ciudad en la que todo pide a gritos un lavado de cara. A mí me gustan todas las fuentes de Roma, sin excepción. Pero tengo cierta debilidad por la del Tritón, situada en la plaza Barberini, a la que da nombre una interesante familia que en el transcurso del XVII fue conocida por el mecenazgo arquitectónico que ejerció en la ciudad. Y también, si hemos de creer al dicho popular que se acuñó tras aparecer fijada sobre la estatua parlante de Pasquino, por la alegría con la que esquilmaron algunos de los edificios de la Roma antigua: “quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini”. La propia plaza está presidida por el fabuloso palacio que ellos construyeron y hoy ocupa la Galería Nacional de Arte Antiguo. Corrían los tiempos del gran Gian Lorenzo Bernini (Borromini habrá de ser tenido en cuenta en otra ocasión), cuyo patrono no fue otro que el papa Urbano VIII quien, por cierto, era un Barberini. En Roma todo tiene nombre, pero sobre todo apellidos. Tritón era hijo de Neptuno, dios del mar, y Bernini lo representó tal como nos trasmiten los relatos mitológicos (entre ellos ‘Las Metamorfosis’ de Ovidio): soplando la caracola con la que agitaba o calmaba las olas. Fue un encargo de Urbano VIII quien, cuando todavía era Maffeo Barberini, había sido amigo de Galileo. Hacia 1612, cuando ya arreciaban los ataques de los dominicos, Galileo vio algo que confundió con una estrella y más de dos siglos después resultó ser, a ojos de Adams, Le Verrier y Galle,un planeta: Neptuno. Antes había descubierto cuatro lunas de Júpiter. Galileo murió en el 1642, negado más de una década atrás por Urbano VIII. Fue el año en que Bernini construyó la fuente del Tritón. Y hoy Tritón es el nombre que lleva la más grande luna de Neptuno. La vida tiene estas casualidades. Y hoy la primera luna llena del verano. En la que Galileo percibió valles y montañas. Y yo una inmensa hermosura.
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