05/12/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Apéname llegar al cuadragésimo aniversario de la Constitución con el resultado habido en las elecciones autonómicas en Andalucía. Me apena porque la tengo por Constitución conquistada, no por Ley otorgada, aun así la tilden preclaros mesías, cuando no de indigno pacto.

U
n viejo y terrible fantasma recorre Europa y, como parte de ella, también ha llegado a nosotros, a «esta España en dudas», a «esta España ciega», a esta España amnésica. Hablo del fantasma del fascismo, ese que según Umberto Eco «se puede jugar de muchas formas… pero siempre se llamará igual: fascismo»; ese del que Rob Riemen dice que es «ridículo y estúpido» engañarse diciendo que pertenece al pasado o edulcorarlo como «populismo o extrema derecha».

Todos somos algo responsables –prefiero las responsabilidades a las culpas– de su afloramiento –nunca desapareció, solo holgaba en tierra bien fertilizada– al consentir o, lo que es peor, acostumbrarnos a los antidemocráticos usos y abusos de una minoría de los políticos de los partidos políticos gobernantes.

Obcecado, en algún momento, quién no justificó o minusvaloró las tropelías de unos tramposos o ladrones por el hecho de pertenecer al partido simpático, aun fuera comparándola («y tú más») con ejemplos de otro antipático.

Con frecuencia nos hemos resignado al mal hacer de aquellos a quienes entregamos nuestro más eficaz hacer político, en cuyas manos pusimos nuestra alícuota soberanía. No somos inocentes, hemos, serviles, dado también nuestra complicidad.

Regenerar la vida pública es exigencia inaplazable. Y si el silencio nos hace cómplices, el mayor silencio es, primero, la abstención y, después, el olvido de exigencia permanente y crítica a nuestros elegidos, interinos, contratados para obra o servicio al común.

Interés de todos es la defensa de la democracia que, estimo, comienza a ser amenazada con la presencia de antidemócratas en las instituciones.

Tenemos pues que estar avizores –como si de otras pendencias se tratara– de cualquier ataque a la Constitución o a las conquistas habidas a su amparo.

Ignorar el aumento del fascismo en Europa, no valorar su aparición en España, es darle la espalda al presente y al futuro.

Con la idea del Estado social y democrático de Derecho, con la de Europa de los ciudadanos y su humanismo, no las de los mercaderes que antepone mercados y déficits al bien de su ciudadanía, hemos de profundizar en la crítica permanente.

Ahora es el momento, cualquier aplazamiento es renuncia. ¡Vamos libres a ello!
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