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Trillo de Navidad

07/12/2020
 Actualizado a 07/12/2020
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Qué hermosura esas dos carretillas de Navidad del supermercado de Riego de la Vega. Son cuatro euros el número, pero es difícil resistirse a la idea de entrar por el portón empujando esa sencillez verde y amarilla, todavía metalizada, sin un golpe, engalanada con celofán en lugar de un cacho de lona o un retal de un saco para lo que sea. Hay quien dice que las cosas que no se logran con esfuerzo no se disfrutan igual, pero creo que por mucho que se disfrute esa carretilla de septiembre rebosante de calabacín, tomate, pimiento, patatas… que tantos quehaceres da durante el verano, a muchos se nos plantean serias dudas sobre si no se disfrutaría lo mismo o todavía más el jamón ese acomodado en el confeti. La decisión sería más fácil si lo que transportara la carretilla fuera una ternerina recién parida bien mullidina entre pajas, chiquirriquitina ella, con su madre detrás sin ver el momento en que la bajen de ese trasto.

No le falta a la carretilla del sorteo nada de lo que tiene que tener cualquier cesta que se precie, mejor todavía porque no tiene tecnologías que amodorren, incapaces de alcanzar la sofisticación que se puede lograr con una rueda y dos palancas. Una vez aligerada, seguramente ya para enero, la carretilla da para sacar la cernada, esparcir el estiércol, meter la leña, envolver el cemento, echar el pienso… O, a falta de escudo, también sirve para volver triunfante de una batalla, como parapeto para evitar castañazos, o de taxi improvisado el día de la fiesta si la castaña de alguno es grande y no se mueve de la plaza, y hasta de tumbona para tomar el sol. Y cuando deje de rodar, destartalada, herrumbrada, más tétanos que otra cosa, servirá de macetero o, para los más modernos, de mesa de salón, como esas que se hacían con los trillos para los comedores. ¡Mira! El año que viene ni cesta ni carretilla, trillo de Navidad.
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