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Tres meses y dos metros

24/06/2020
 Actualizado a 24/06/2020
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Atrás quedaron los días que vimos pasar enmarcados en nuestra ventana. Se esfumaron como lo hizo aquel silencio incómodo que hacía eco entre las paredes de las calles vacías de nuestros pueblos, más fantasmas que nunca aunque igual de apacibles que siempre. La incertidumbre y el miedo se codearon con la soledad y esta era la única que echábamos de más entre tantos de menos. La vida se partió al medio al mismo tiempo que lo hizo el mes de marzo y entramos en un estado de alarma que acabamos de despedir 99 días después entre la convicción de quienes creen que la pandemia ha sido una buena escuela y el escepticismo de los que barruntan que pronto se nos olvidarán aquellas tardes en las que en el pueblo al corral de casa se le bautizó como a la gloria, y en la ciudad lo llamaron suerte. Los días de lluvia hacían más liviano el peso de estar en casa aunque nada podía con aquella pena de los días más tristes para morirse en los que había cifras que llevaban un nombre propio. Los pájaros trinaban como siempre aunque se les escuchase más fuerte que nunca y el «cuando todo pase» se convirtió en las ganas de volar. Tan vacío quedó todo que las historias que contar había que buscarlas al otro lado del teléfono hasta que aprendimos a relatar con distancia que los agricultores sulfataban cloro y que las máquinas de coser dejaron de meter el bajo a los pantalones para dar puntadas de solidaridad. Hubo negocios recién abiertos que se reinventaron para ponerse al servicio de los demás y hubo quienes se negaron a quedarse en casa para cuidar de otros. Mientras la vida se perdía en las calles, el virus mermó su fuerza y pudimos dejar de ir al huerto a hurtadillas, volvimos a encontrarnos en el bar, se subieron las persianas que llevaban meses sin dejar entrar al sol y las sonrisas dejaron de reflejarse en una pantalla para esconderse tras una mascarilla. Ahora los que hablan son los ojos. Como los de Lucía, que a sus 101 años ha podido reencontrarse con su nieto, quien al fin pudo contarle que el campo está precioso, que la primavera no ha podido caerle mejor a la tierra. Ella le mira atenta y espera un beso que todavía no puede ser.

Los primeros días de marzo se cuentan hoy desde otra perspectiva sabiéndonos un poco más libres pero qué mala es la distancia cuando hay tantas ganas de abrazar.
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