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Tres meses de guerra en Ucrania

23/05/2022
 Actualizado a 23/05/2022
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El relato de la guerra se ha oscurecido. Tuvo ese fulgor (terrible) de los comienzos. Hoy todo es mediático, hasta la muerte. Y así, nos dirigimos a primera línea del horror, con las cámaras y los periodistas que veían pasar misiles sobre sus cabezas. Muchos locales emitían desde sus sótanos y refugios. Lo hacían para contribuir al relato real, ante tanta impostura y propaganda. Mostraban los edificios derrumbados, la vida entre tinieblas. Los colchones esparcidos en espacios húmedos y desagradables. O el metro de Kiev, donde incluso llegó a tocar Bono. Primero hubo todo eso, la necesidad de mostrarnos el mal y el dolor. Hasta algunos soldados aparecían (con buen español) en los programas de televisión, relatando la contienda.

Hoy hay cámaras en todas partes, y también en las guerras. No hemos sabido tanto de la parte rusa (quizás han tenido más interés en ocultar lo que no iba bien, o, simplemente, como invasores, su relato no era bienvenido, ni siquiera aceptable). Hemos entrado en las entrañas de la guerra, desde el aire y a ras de suelo, desde las trincheras, y luego, con las visitas de algunos líderes, que llegaron allí para poner la firma del apoyo occidental sobre el terreno, más horror se descubría. Llegó lo de las matanzas, y las fosas comunes, y para entonces la guerra ya empezaba a tomar un carácter difuso, propio de este tiempo. Occidente se miraba en ese espejo, sobre todo los países limítrofes. Se habían despertado por la mañana para ir a trabajar, para tomar una cerveza en las plazas concurridas y pensaban que, a tan sólo unos pocos kilómetros, nada de eso era ya posible. El terror no estaba sólo en la muerte, sino en la derrota de la vida cotidiana. El pavor residía, sobre todo, en la constatación de cualquier sociedad estable puede de pronto sufrir un terremoto que eche por tierra cualquier vida civilizada, cualquier proyecto.

Esta sensación de que lo sólido era tal vez una ilusión, pero no una realidad inviolable, atacó el pensamiento europeo. Las democracias entran en crisis con la inestabilidad, con la falta de futuro. Un acto bélico organizado, soportado por un estado aparentemente moderno, no parecía concebible en el mundo contemporáneo. No, al menos, en suelo europeo. Pero ahora sabemos que las creencias pueden resultar engañosas. Y que la existencia de la democracia puede verse en peligro por medio de la fuerza, aunque no parezca un acto propio de la civilización. Todavía perduran estos gestos de antaño. Incluso hubo más: descubrimos que la democracia podía resultar antipática para algunos, que podía contemplarse como un enemigo potencial.

Los periódicos comenzaron a escribir sobre la guerra, siempre en portada, indicando el día del conflicto en el que nos encontrábamos. Se seguía la invasión con el espíritu del que escribe un diario, en el que se anotan los acontecimientos hora a hora. Ese seguimiento llega hasta hoy, el día 89 de la guerra en Ucrania. Quizás se pensó, como probablemente pensó Putin, que esta guerra sería breve. Un paseo militar, que derivaría en rendición, o en una especie de mirar hacia otro lado, por miedo al vecino nuclear. Nada de eso ha sucedido. Al contrario, una gran parte del mundo se opuso a lo que estaba sucediendo de manera clara y comenzó a ayudar al débil, al invadido. Europa reforzó su unión como hacía años que no sucedía. Y la Otan, sobre la que se habían sembrado algunas dudas (esas que Rusia, quizás, creía ver en la organización militar defensiva), también se reforzó, hasta el punto de que algunos países tradicionalmente neutrales solicitaron el ingreso en ella.

Los medios siguen indicando en qué día de la guerra nos encontramos. Ya no hay mucha esperanza en que la contienda sea breve (ya no lo es, aunque terminase mañana), ni tampoco quedan esperanzas sobre la posibilidad de evitar un gran daño, porque el daño está hecho. Los analistas creen que se ha entrado en una fase de desgaste. Lo que implica mucha destrucción y poco avance. Eso parecía propio de guerras lejanas y olvidadas. Pero no hay dos guerras iguales. Hay un gran enfado por toda esa destrucción y pérdida de vida humanas, pero los efectos pueden ser aún peores de los que tenemos a la vista. El órdago de Putin, incluso en el caso de una derrota, o de una victoria proclamada pero poco tangible, ha modificado el estado del mundo. Anuncia un nuevo tiempo de impredecibles consecuencias, pone en jaque el modelo de vida de tiempos de paz, dispara el precio de la energía, agudiza las crisis económicas, puede inspirar a otros.

Aunque occidente se ha contenido, buscando un equilibrio difícil, evitando en todo lo posible una generalización del conflicto (porque perder Europa es perderlo todo), lo cierto es que el movimiento sísmico del orden mundial va a continuar durante mucho tiempo. La perspectiva de construir una Europa con Rusia (no integrada, como un día se especuló, pero sí cercana y colaboradora) parece haberse disipado de un plumazo. Ahora sólo se ve a Rusia como potencia opuesta, contraria a nuestros intereses, que contempla con disgusto, o eso parece, lo que Europa y sus democracias representan. Esta es una muy mala noticia para todos. Es algo así como viajar en la dirección indeseada. Y, sin embargo, en la dirección impuesta.

Los caminos alternativos, podríamos decir, se han bloqueado. Mucho tendría que cambiar el panorama para que esos caminos se volvieran a abrir. Que la incursión rusa sea leída por algunos como una cruzada patriótica que busca recuperar, no ya territorios, sino una identidad, un prestigio perdido, complica mucho más las cosas. El ingrediente emocional suele colisionar con la razón. En realidad, sólo un cambio de políticas desde Moscú podría evitar una crisis larga y costosa. El aislamiento de Rusia tampoco puede ser una solución duradera. Pero no parece probable que Putin pueda provocar cambios globales significativos, a pesar de la cacareada vuelta a las zonas de influencia, como la propia guerra en Ucrania está demostrando. Lo más que ha provocado es, justo eso, un aislamiento creciente para su país, una respuesta indeseable para sus intereses (el reforzamiento de Europa o de la OTAN), lo que debería hacerle comprender que la guerra fue, como suele suceder, un error de cálculo y una mala idea. Y algo más: una idea antigua.

Estos tres meses de guerra están empobreciendo a todos. Si la guerra sale del foco mediático (también por desgaste, o por estancamiento), todo irá a peor. Europa no se puede permitir el lujo de una desestabilización alargada en el tiempo, además de la batalla energética. Pero Moscú también entenderá cuáles son sus límites, porque el mundo ya es definitivamente distinto.
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