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Tres días en Waterville

24/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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MI visita anual a Waterville, en Irlanda, no sólo busca el reencuentro con viejos amigos, sino la paz que otorga su paisaje. Para los que hemos nacido en el interior, esta tierra extrema del oeste irlandés, donde el viento apenas deja crecer los árboles sobre las colinas y los promontorios, ofrece una razón poderosa para creer en la salvación del planeta e incluso en nuestra propia salvación. Caminas por las proximidades del lago Currane, donde me encuentro ahora, y sólo escuchas pájaros y el zumbido de las abejas. Aquí venía a pescar Charlie Chaplin, homenajeado en el pueblo con una estatua con la que se fotografían los turistas, pero los pescadores que vienen ahora no piensan en a fama de los que les precedieron, sino en el brillo de los salmones, en la gloria de pescar al lado de unas ruinas monásticas del siglo XI. En Lakelands, este hotel-granja pintado de amarillo, todo es paz, aunque el tiempo de junio está resultando poco confortable. Sopla el viento y se acumulan los nubarrones. También sobre el mundo, que vive días de confusión. Este es un tiempo de desorientación profunda en el que surgen amenazas y se agitan miedos.

Los que estamos aquí somos asiduos. Es una celebración oceánica, acompañada del rumor de las olas de la bahía. Hace siglos, el druida Amergin arribó a estas costas, que había avistado desde la torre de Hércules de la Coruña. Su propósito era la invasión, pero él era, más que un guerrero, un poeta. El poder de los escritores antiguos resultaba inmenso, capaces de liderar batallas y de crear alianza tan sólo con la energía extraordinaria de las palabras. Probablemente Amergin nunca existió, o sea la suma de muchas historias que dieron en su figura, como arquetipo de la conquista y de la poesía, de la invocación mágica, de la determinación en tiempos oscuros y feroces. Pero estos pájaros son los mismos de aquel tiempo remoto. Y estas olas siguen con su música, y su ronco rumor, mostrando el paso del tiempo inexorable, pero también la brevedad de la vida humana. Si Amergin existió un día, llegó a estas costas de Irlanda. Y, entonces, los españoles fuimos los que arribamos a estas tierras, y somos el origen del pueblo irlandés, como algunos estudios genéticos empiezan a sugerir ahora. Este mito (y los mitos nunca son, pero están ahí) sirve como gran pretexto para el encuentro, para la reunión, para el sueño de la naturaleza protegida, que aún se mantiene, no sin dificultad, en esta parte del mundo. En la inmensa dulzura de las colinas suaves del condado de Kerry, una de mis patrias preferidas. Por eso acudo a la llamada, como quien acude a un lugar que también le pertenece. Como quien acude a casa.

Este año han vuelto los poetas. Aquí aún miden el tiempo por el movimiento de los pájaros. Desorientados con el cambio climático, muchos cambian las latitudes, pero en Irlanda una de las actividades favoritas es la observación de las aves. En León sabemos bien lo que significa la poesía asociada a la naturaleza, también a los pájaros. En muchos lugares, los poetas están volviendo a tomar el mando sólo con su voz, con el temblor se sus líneas, cuyo poder es más grande que cualquier otro. Hacen lo que hizo Amergin con su canción: invocar a las fuerzas de la tierra, apaciguar el oleaje. Pero hoy la tarea es mucho más difícil. Las amenazas son grandes, la falta de respeto, el abuso del agua y del aire. Hoy es enorme la labor que encaran los poetas, también los activistas, las gentes del océano, los que miden los cambios del agua, los que se preocupan por el desconcierto de las aves. La pasión ecologista de esta costa Oeste lucha contra la modificación del paisaje de Irlanda y contra las transformaciones que impone el desarrollo económico. La sostenibilidad está en la mente de todas las personas que nos reunimos cada noche de San Juan en la bahía de Waterville, uno de los lugares más al oeste de Europa. En estos tiempos modernos el druida Amergin se llama Paddy Bushe, uno de los mejores poetas de este país, y a su lado, la gran tejedora de armonías, su mujer, Fiona de Buis. Sólo con sus hilos de oro se puede tejer un tapiz de música y poesía como el que ofrece el Festival poético del Solsticio, en Waterville.

Este año, la visión ecologista envuelve todos los actos. Las lecturas de los poetas (una actividad que aquí moviliza a la gente) se combina con talleres literarios, conferencias y, sobre todo, música. En la iglesia de San Miguel leen los poetas. Es una iglesia protestante, en la que resuenan las voces de grandes de la literatura irlandesa contemporánea, algunos en su lengua nativa. También leen los poetas en el Centro cultural de la comunidad, decorado con velas de barco y con un ‘curragh’, la embarcación más tradicional de Irlanda.

El encuentro con los viejos amigos (llevo muchos años unido a este lugar del mundo) es emocionante. Pero tan sencillo, como todas las cosas aquí. La pasión por la historia y por la literatura se da la mano con una profunda conciencia en torno a la naturaleza. No es mal lugar para hacerlo, pues aquí aún se escucha el latido de la tierra, y la canción del mar. Descubres entonces la potencia de las palabras, la capacidad transformadora de la amistad, la bondad de tantos que aún creen en el poder de la poesía para hacer que el mundo sea otro. Parece increíble que queden tantas personas maravillosas en un mundo marchitado por las infinitas ambiciones.

Pero aquí están. Se levantan a las nueve de la mañana para acudir a talleres literarios, mientras sopla el viento del norte. Nadie se equivoca, sin embargo: el gran calentamiento está en marcha. Muchos arrecifes han sido arrancados en algunos lugares, las costas cada vez más erosionadas, y la lluvia escasea, al menos en comparación con el pasado. La amenaza se distingue en el horizonte. Las heridas del planeta supuran, pero un poco menos en esta costa privilegiada que aún escucha la canción de Amergin.

Al caer la tarde, el público entregado sigue escuchando a los poetas. Su voz se mezcla con músicos excelentes. El año pasado Carlos Núñez estuvo aquí, con el poeta Manuel Rivas. Hoy, Martín Veiga lee su poesía junto a grandes como Cathal Ó Searcaigh o Bernard O’Donoghue. Mano Panforreteiro nos da una lección con decenas de instrumentos diferentes. Y el gran Steve Cooney, guitarrista incomparable, artista hasta el fin. La viuda de Seamus Heaney, Marie, nos abraza con su pasión por la vida. No puedo pensar en otro lugar más extraordinario para la celebración de la naturaleza. No puedo pensar en otro lugar más perfecto para recordar el poder inmenso de la música y la literatura. Volveré mientras pueda.
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