28/11/2021
 Actualizado a 28/11/2021
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«Madre era un encaje de sombras blancas que la luz balanceaba entre las sombras negras del rincón del cuarto. Madre era un cisne de cuello largo deslizándose por la vida con la cabeza gacha. Madre era un cisne de encaje sepia con permiso para guardar silencio…»

Hoy creo haber visto a Madre retratada, escondida en su jersey de cuello cisne, cubriéndose la cara hasta la altura de los ojos, cerrados, por supuesto. Muda y ciega. Voluntariamente mutilada. Hoy he visto cómo nace, sobrevive y acaba Madre, en tres fotografías de la serie ‘Mujeres’ de Julia González Liébana. Estampas que plasman lo atroz con sutileza, el grito con silencio y tiñen lo negro de sepia, denunciando sin palabras lo que hoy es un clamor morado en las calles. Pura metáfora.

Preguntar cómo acabó Madre escondida en la penumbra, sería preguntar por qué, de las 37 mujeres asesinadas este año, 29 de ellas no habían denunciado, dejando en evidencia el cinismo de un sistema que asusta a las víctimas tanto como el puño que las mata. Ni las niñas, amparadas en la sagrada infancia, se salvan del calvario en que se convierten los casos de abuso sexual, ni de la violencia machista institucionalizada. Acaba de ocurrir. Una niña de 13 años con un ‘novio’ de 20 que decide hacer un trío con su primo de 19. Es demencial que esos canallas hayan sido absueltos por el Supremo, argumentando que «la distancia entre sus edades y su madurez física y psicológica no les parece mucha». Siete años en la edad adulta puede ser poco, pero cuando por un extremo rozan la infancia, han llevado al intento de suicidio de la niña, tras lo ocurrido. Al parecer, vista la sentencia, algo sin importancia para sus señorías, ocupados en analizar su ‘madurez física’.

Quizá la venda de la imagen que representa la Justicia les ciegue tanto que ven Mujer donde otros vemos a una niña, sin más pecado que la prisa por vivir, fascinada por la atención de un joven de 20 años, sintiéndose una reina, con la corona de la inmadurez cubriéndole los ojos. Una niña decapitando su adolescencia mientras a sus zapatos les nacen tacones precoces y las trenzas caen al suelo el mismo día que su inocencia, hasta que las flores de la inmadurez que la cegaban son aplastadas por dos tipos sin escrúpulos. Quizá hoy esa niña, ya escarmentada, pediría a la lluvia que la borre hacia atrás hasta que renazcan sus trenzas, que la limpie lo aprendido y que lave sus sueños hasta dejarlos blancos, para volver a soñarlos, porque duelen mucho las heridas de las trenzas cortadas a destiempo. Pero no. Acudió a la justicia y cayó en manos de sátrapas que vieron ‘madurez’ en un cuerpo precozmente desarrollado, incapaces de ver a la niña que aún asomaba al fondo. De nuevo, una víctima triplemente maltratada física, social y judicialmente, porque al daño físico se sumó el psicológico, al ver su vida siendo pasto de tertulias mientras sus agresores son absueltos por el Supremo. Así nace Madre y se convierte en cisne silenciado que, desde ahora, se deslizará por las sombras para no ser visto, presa fácil de cualquier depredador, porque ya teme a la justicia.

Si un caso tan flagrante acaba así, qué mujer se atreverá a denunciar un acoso o un maltrato psicológico, encubiertos en actos tan sutiles y difíciles de detectar que, cuando esto ocurre, suele ser tarde y con la víctima ya anulada. Cómo explicar a un juez que no recuerda en qué momento empezó a dudar de sí misma y cree ser ella la culpable. Ni sabe cuándo aceptó regresar a casa con toque de queda e informe detallado de sus actos. Cómo admitir que ya no habla por su boca ni tiene opinión propia porque teme esa mirada que le corta la sonrisa de cuajo. Cómo enfrentarse a quien no la cree o la cree loca.

Según Liliana Hendel «El estigma de mentirosa y loca que padecen las mujeres al denunciar un maltrato psicológico en una sociedad misógina, hace que su relato sea cuestionado, cualquier argumento resulta inverosímil y abona la idea de mujeres inestables emocionalmente, pareciendo locas, imaginando que les ocurre algo que en realidad no pasa». Y Madre, que lo sabe, elije quedarse con el opresor que tiene secuestrada su vida, incapaz de enfrentarse también a una justicia tan falsa como la sociedad, carente de empatía con el que sufre, por mucho que digamos.

Y harta de ‘ser’mentirosa y loca, empieza a replegarse, huye al cuarto más oscuro de sí misma, cierra ventanas, se gira y se coloca una careta en la nuca, ocultando que ahora es ella quien da la espalda al mundo que le dio la espalda, del que ya no espera nada. Ya solo es un retrato en sepia deseando el olvido… Esta es la respuesta a la pregunta de cómo acabó Madre escondida en la penumbra.

«…Madre ya es un encaje negro inerte en la sombra negra del rincón del cuarto. Ya es un cisne negro sin derecho a deslizarse. Madre era la esposa del amo. Padre era el amo de su esposa. Sólo amo…»

Nada que añadir, Señorías. Avisen a los medios, investiguen su vida, saquen los crespones morados y tómense un descanso. Caso cerrado.
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