Trento triste

Álida Ares
27/03/2020
 Actualizado a 27/03/2020
Me despierto al alba. No consigo, ahora que podría, dormir más de cinco o seis horas. Repaso las noticias: historias de ataúdes amontonados, de columnas de camiones que se los llevan de noche, hospitales que para los ancianos ya solo tienen morfina. India intenta proteger a sus más de 1.300 millones de habitantes. En Italia ya hay 70.000 positivos y 7.000 muertos oficiales. Antes se cantaba en las terrazas y balcones, pero desde hace días ya solo tocan las campanas por las víctimas. Prìncipes, presidentes, ministros, magnates, ecologistas, feministas, independentistas, literatos, artistas, obreros,... es la Danza del coronavirus. La Italia de la ‘dolce vita’ solloza en el epicentro de la pandemia; la Españas de la fiesta está sumida en la tristeza y el pánico; la ‘grandeur’ de Francia humillada, la economía alemana de rodillas, Suiza en pánico ante el crack de las bolsas, Gran Bretaña, que se burlaba de Italia, ¡en buena hora el Brexit!, tendrá que afrontar sola su propio cataclismo, y EE UU y Rusia, las ‘superpotencias’, han quedado en ridículo con todo su arsenal armamentístico frente un simple virus.

Algo habremos hecho mal. Tal vez hemos puesto por delante lo que habría de haber venido detrás. Ahora queremos que los médicos y enfermeras salven miles de vidas al día, se exige que científicos e investigadores descubran una vacuna o una medicina milagrosa cuanto antes, cuando apenas hace unos meses los Estados les recortaban el presupuesto para sanidad e investigación. También queremos que la economía no quiebre por una crisis, pero para ello la producción habría de estar más centrada en lo esencial y necesario y menos en los supérfluo, debería ser una economía sostenible que mirase al desarrollo y al bien común de la sociedad y no solo al lucro y a la ganancia, porque esas empresas que solo persiguen el beneficio, ante un problema grave, encarecen el producto para ganar más, o despiden a los trabajadores si tienen pérdidas; mientras que aquellas empresas que además de los beneficios incluyen valores sociales en sus estatutos, frente a un problema grave como este, de extrema necesidad de la sociedad, incrementan la producción, contratan más trabajadores, recuperan más fácilmente las pérdidas.

El Estado no puede seguir yendo como hasta ahora a la zaga de las empresas, interviniendo solo cuando surge un problema, creyendo aún que basta queaumente el PIB para que aumente el bienestar de la población, porque en la estima de la renta per capita no se tiene en consideración el grado de justicia ni las desigualdades, ni el paro, ni el daño al medio ambiente. El Estado ha de ser el eje de la balanza entre el bien público y el privado. Al menos que esta situación nos haga reflexionar. Hay que invertir los recursos a favor de un desarrollo sostenible desde el punto de vista no solo económico, sino también social y ambiental. Porque lo primero que deben preservar los estados es el bienestar de las personas y el medioambiente.

Sigo leyendo: «La cuarentena forzada ha hecho que disminuya la contaminación y que vuelvan los peces al Canal Grande de Venecia». Me levanto y miro por la ventana. Casi sin darnos cuenta ha llegado la primavera, el sol ilumina el paisaje de rosa, su suave caricia penetra por todas partes, entibia el aire y calienta y regenera la tierra. Y entonces, de nuevo me lleno de optimismo. Me doy cuenta de que la muerte nunca va a ganarnos la batalla, la pierde todos los días que vivimos. Como diceWislawa Szymborska: «No hay vida/ que al menos por un momento / no haya sido inmortal./ La muerte llega siempre a deshora a ese momento/ En vano aprieta al manilla/ de una puerta invisible/ A nadie le puede sustraer/ el tiempo que ha alcanzado». Quedémonos en casa y le ganaremos.

Una berciana desde Trento, el epicentro de la pandemia en Italia
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