22/12/2016
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Esta es una de esas semanas en las que un pobre plumilla podría escribir de quince o veinte temas de actualidad fácilmente. Desde lo estúpidos que son los componentes de la secta más peligrosa de este país, los jueces, que siguen acojonándonos con sentencias que aplicando solamente el sentido común no tienen ni pies ni cabeza (como por ejemplo elevar la condena de Raquel dos años, ¡dos!, cuando realmente deberían haberla declarado inocente de una puta vez), hasta lo chungas que se están poniendo las cosas en el mundo por culpa de los americanos, encabezados por el negro que quería parecer blanco a toda costa y que ve gigantes donde sólo hay molinos, o lo hartito que estoy de los periódicos y de los periodistas que no cuentan la verdad ni al médico y que escriben siempre al dictado de los que mandan. Pero no. Voy a dejar esos sesudos temas a gente mucho más lista que un servidor y voy a escribir de algo que nos toca muy de cerca a cientos, sino miles, de leoneses. Voy a contaros cosas de la Feve.

Como os conté la semana pasada uno es mucho de Boñar, la villa más guapa, y siempre que tengo que ir desde León, procuro coger el tren de la Feve. Primero, porque es muy barato (tres euros con veinte céntimos), que cualquier otro medio de transporte, incluido el propio coche. Segundo, porque no tengo que conducir, asunto que se me está haciendo penoso a medida que pasan los años. Tercero, porque el recorrido es espectacular en primavera, verano, otoño e invierno; da lo mismo la estación en la que nos encontremos, circular por el monte del Torio, según pasas Garrafe hasta Matallana, es una barbaridad de bonito. Por ejemplo, la parada de Manzaneda llama la atención, porque los robles están a un metro escaso del tren; y no son ni uno ni dos; son cientos que juegan con el color de sus hojas como el malabarista que ejecuta un truco de magia tan increíble que no lo lograría hacer ni Houdini, que en paz descanse. Esta parte es la bucólica y la pastoril, la que nos lleva directamente a las emociones y éstas casi siempre son buenas. Pero existe otra parte que clama al cielo, como hacía Don Juan Tenorio cuando estaba de mala leche.

En mi último viaje en ese tren, la ida fue bien. Salimos de León a las diez de la mañana y llegamos a Boñar a las once y cinco, poco más o menos. Disfruté con el periplo, a pesar de que llovía a Dios dar agua y una niebla tenaz y persistente no te dejaba ver más allá de cien metros. Sin problemas; conducía otro y yo sólo tenía que relajarme en el viaje. Lo malo fue la vuelta. El tren llegó a Boñar con quince minutos de retraso, nada importante. Seguía lloviendo, incluso con más fuerza. Al llegar a la Vecilla, el tren debe de esperar al que viene de León. Cosa de cinco minutos. Íbamos en los vagones doce personas, que quitando las chicas de las que luego os hablaré, solo teníamos hambre, por lo que llegar a León a la hora nos importaba solamente por el tema de la jala. Pasaron quince minutos; luego media hora, una hora y nadie nos informaba de lo que estaba ocurriendo. Yo veía al jefe de estación nervioso, yendo de un lado para otro enfadado. A la hora y cuarto nos dice que van a venir de Boñar tres taxis para llevarnos a León porque un tren, el famoso tren de los cinco minutos de espera, se había estropeado en el apeadero de Campohermoso y no había manera de arrancarlo. Los ánimos, como supondréis, estaban alterados. Unas chicas, por cierto muy guapas que iban a clase y que no llegaron a tiempo, juraban en arameo y empezaron a largar por esa boca tan preciosa. Que los trenes de la Feve de León eran todos de segunda mano, que venían de Asturias, que no se molestaban, siquiera, en quitar los recorridos asturianos de las puertas, que este mal asunto sucedía muy a menudo, que estaban hasta los huevos o más arriba de los sempiternos retrasos...; que, al final, lo que querían la Renfe y el gobierno era cerrar la linea de una vez por todas, que daba pérdidas, que toda paciencia tiene un límite...

Esperamos, bajo una lluvia por demás muy molesta, quince minutos más a que llegaran los famosos taxis a la estación de la Vecilla y, por fin, a las cinco menos cinco minutos, llegamos al apeadero de La Asunción, porque ya sabéis que el tren, no se sabe bien el porqué, no llega hasta la estación de la calle Padre Isla desde hace, por los menos, seis o siete años.(Bueno, si lo sabéis: este desbarajuste es debido a los sueños rotos de un alcalde socialista que lo hizo tan mal que perdió las elecciones después de haber logrado quitar de en medio los dos problemas de tráfico más enquistados de la historia de León: el cruce de Michaisa y el paso a nivel del Crucero, logros que, en una situación normal le hubieran convertido en alcalde vitalicio).

¿Es que somos el coche escoba de la realidad geo-política-económica española? ¿Es que aquí da igual lo que ocurra porque jamás protestaremos?, ¿es que en nuestro ADN va impreso un cromosoma que nos impide revelarnos contra las injusticias? Me encantaría saber lo que harían los vascos, los valencianos o los asturianos ante estos desmanes. Estoy seguro de que no callarían, ni de coña. Al final, van a tener razón Zapico y sus Deicidas cuando cantaban lo de «ladrones de ganado, en el tren de Matallana, ganadero, revisor salen por la ventana. Ni Texas ni Arizona, el oeste está en León».

De todas las maneras, os quiero desear, siempre desde la Salud y la Anarquía, Feliz Navidad.
Lo más leído