Trasmallo y garrafa

Recuerdo y recreación de la pesca a trasmallo y garrafa en los entonces ricos ríos leoneses, practicada a pie o en barco… un arte ancestral que ayudó y, mucho, en la alimentación de las buenas gentes de una época dura para la sobrevivencia

Toño Morala
18/09/2017
 Actualizado a 15/09/2019
Domingo Villafañe, el tío Tecles y Melchor Villafañe oteando la pesca desde el barco en Mansilla.
Domingo Villafañe, el tío Tecles y Melchor Villafañe oteando la pesca desde el barco en Mansilla.
La naturaleza siempre ha sido buena con los tiempos y las escaseces; siempre tuvo una mano tendida a todos los seres vivos. Como siempre, el ser humano, por llamarnos de alguna manera, ha roto esa cadena cadenciosa y tranquila, de tiempos y estaciones, de roces con la vida y, sí, va pasando factura; se ha cansado de tanta estupidez y oprobio, de tanta dejadez para la nada. Los grandes ríos, esas formas ganadas a la tierra y donde algunas tribus y grandes poblaciones se atrincheraron a sus orillas para sobrevivir… naturalmente. Estos olvidados ríos nuestros inconmensurables y que van repartiendo aguas abajo, toda la vida, que son capaces de regalar en unas condiciones nada halagüeñas. Aparte de los regadíos, de los puertos, de los molinos, de los aserraderos, de la electricidad… aparte de calmar la sed y alimentar al ganado, aparte de los bosques de ribera, de lavar las ropas de la pobreza y algunas de la riqueza… aparte de la poesía y la melancolía de su propia vida, los ríos y su bondad para la sobrevivencia, han dejado un poso natural del cual los que ahora lo contamos, se lo debemos. Todo parece sencillo y humilde, como sacado de un cuento, pero la realidad manda y desde primeros de julio y agosto hasta las crecidas de los ríos por las desnieves de las montañas allá por primavera, hubo pobladores que se ganaron la vida y la repartían entre sus pueblos con pescado de río. Mujeres y hombres que trabajaron nuestros ríos, en su orilla y en sus corrientes, pasando grandes mojaduras, frío, calor… El trasmallo y garrafa o sacadera,-tiradera le llaman por otras comarcas- el pequeño barco de las ganas de prosperar, de alimentar a los hijos con espinas de por medio. Una de las formas más humildes y dignas de ganarse la vida. Barbos, bogas, carpas, marijuanas, portugueses, escallos, truchas, tencas… y otros que seguro se nos olvidan, entraban en aquellos años de tanta necesidad en la redes. El Bernesga, Cea, Porma, Órbigo, Esla, Burbia, Sil, Cea, Curueño, entre otros ríos, han sido la gran despensa de pescado –uno de los quitahambres imprescindibles en las riberas en aquellos años- para las cocinas de las madres y abuelas, y no digamos esos buenos pescados de río cómo estaban de buenos escabechados, fritos con tocino… guisados con patatas.

La garrafa o tiradera, -cuyo nombre científico es esparavel-, era junto a la caña, con lo que legalmente solo se podía pescar; todos los demás métodos o artes de pesca estaban prohibidos. La forma de pescar con este arte… Se pesca río arriba, contra corriente. El pescador puede lanzar desde la orilla, o bien caminando por el lecho del río y lanzando a derecha o izquierda, según las tiradas. Como las horas de la noche son las mejores, es de vital importancia para el pescador conocer muy bien el río a fin de evitar sustos y remojones. En los ríos pequeños, las tiradas son más difíciles, pero si se ofrece alguna buena, tampoco es despreciable. Hasta el año 1940 estuvo permitido pescar con tiradera, siempre que la malla de la falda tuviese 22 mm. y que un duro de plata de los de antes, pudiese pasar. El tiempo legal iba de sol a sol; nunca de noche y menos con agua turbia.

El trasmallo es una red que se usaba mucho menos que la tiradera. Su empleo se limitaba casi exclusivamente a los meses de julio, agosto y parte de septiembre. Estaba formado por dos o tres redes superpuestas, corcho o flotador y plomos. La red del centro tiene la malla mucho más pequeña y está poco tensada. La otra, o las otras dos redes, tienen malla grande. El trasmallo puede pescar a una o dos caras. Tiene normalmente una anchura entre uno y dos metros. A veces se agranda en razón de la mayor profundidad del río. Bien sabe el pescador que para obtener el máximo rendimiento, el trasmallo debe tocar el fondo del río. La longitud varía mucho.

Y ahora vamos a contarles la vida de unos pescadores con barco en este gran padre río Esla lleno de aguas sabias, de orillas de pobladores de mirada limpia, y de grandes mujeres y hombres que en otros tiempos supieron dejar raíces y vida en condiciones muy malas y oprimidas. Aquí, es donde nuestros personajes de hoy han recurrido a un gran sacrificio y esfuerzo, y a una gran parte de benevolencia. Nombres como Domingo Villafañe, su hijo Ceferino, su tío Melchor Villafañe, Pablo Diez, Benicio San Juan, su hermano Adolfo, y Juan Rodríguez «Barril» y parte de sus hijos Nicanor, Germán y Miguel, entre otros, y todos habitantes de Mansilla de las Mulas. Entre los años cuarenta y cincuenta es donde más pescadores y barcos hubo en el río Esla en el termino de Mansilla de las Mulas; hasta cuatro se repartían las zonas de pesca y siempre se respetaron. El barco, el Esla, la soledad y el frío en invierno, las humedades, las alegrías cuando de un buen lance salían hasta más de cincuenta kilos de peces. «¡¡Madre…Madre, traiga las cestas que Padre trae el barco lleno de Barbos!!». El siguiente paso era venderlos por las calles de Mansilla, otras coger la burra o la bicicleta y venderlos por Reliegos, Villamarco, La Estación de Santas Martas. Ahí, había ferroviarios y tenían algo más de dinero. También bajaban hasta Puente Castro. No había hielo ni forma de conservar la pesca, de ahí la necesidad de vender lo más rápido posible los peces. El varal con el rejo al final para mover el barco medía unos cinco metros y servía también para levantar la pesca después de lanzar la garrafa o de cercar con el trasmallo una parte del río hacia la orilla. Cuentan que había que conocer muy bien el río y sus pozos, saber de los escondites de los peces en cuevas y entre las piedras, en las mangas; había que ser muy precisos en las tiradas de la garrafa. Así y todo el río se llevó la vida de varios pescadores, entre ellos la del padre de Benicio San Juan en Villanueva de las Manzanas. En verano salían más bogas que otras especies, pero la gran pesca era de Barbos. Hubo inviernos de poco caudal del río Esla, y se llegaba a helar, y en esas condiciones los pescadores salían; movían el barco de un lado a otro y así partían el hielo, o con la punta de hierro del varal. Cuenta Ceferino Villafañe que allá por finales de los años cincuenta, vino el Ingeniero Jefe de Valladolid, los contrató para sacar del río Porma todos los peces que pudieran para repoblar los ríos en Valladolid; estuvieron dos días y sacaron más de ochocientos kilos de peces, habían traído un camión con botellas de oxígeno para que los peces llegaran vivos a su destino.

Otro de los trabajos duros que hacían las gentes del río era construir los puertos para que entrara el agua en las presas para molinos y demás; las estacas eran de roble, así como el várgano. Las clavaban en el fondo del río y entrelazaban el várgano, luego ponían piedras detrás para asegurar un buen puerto y que embalsara agua suficiente y con nivel para las presas. Estos trabajos los pagaba el dueño del molino. El barco pagaba su matrícula y los pescadores su licencia en La Venatoria, en León. En más de una ocasión, eran multados por los guardas del río, pues había épocas que no se podía pescar determinadas especies, dice riéndose Ceferino «…que solían ser buenos». Era fácil ver las redes colgadas en los postes de los soportales donde vivían los pescadores para su reparación. Pescador con barco y trasmallo y garrafa para una sobrevivencia llena de avatares y miles de anécdotas para contar. Unas mujeres y hombres que supieron ganarse la vida entre las venas de la tierra, nuestros ríos que hay que cuidar.
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