Trás os montes

26/08/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Que la vida está en continua evolución es una perogrullada con la que yo no gastaré una columna, pero de lo que sí tendríamos mucho que hablar sería de la velocidad de esa evolución en los últimos tiempos. La vida familiar, como sufridora de esos cambios, nos sirve de ejemplo para ilustrar esta realidad. No hace mucho, a las celebraciones con los más cercanos, venían los familiares del pueblo de la infancia y muchos residentes en Madrid, trasladados allí por motivos laborales cuando esta ciudad tenía cabida para todo aquel que quisiera trabajar. Las fiestas de hoy en día han rotado en poco tiempo, cada vez son menos los venidos de nuestros envejecidos pueblos y muchos menos los de la capital de España, sustituida esta por los lugares más dispares del mundo donde se ha podido encontrar un trabajo, preciado bien negado en nuestro país en estos días.

La forzada internalización de las familias se ha disparado en los últimos tiempos, en los que hemos pasado de país receptor de trabajadores a país impulsor de la emigración, eso sí, después de que familias y estado invirtieran en la formación de esos viajeros. Al final, somos españoles y la cuna ocupa un puesto principal en la lista de prioridades, y es en estas reuniones, sean bautizos, comuniones o cualquier celebración que acabe en una mesa, donde vemos las consecuencias de la crisis económica que hemos pasado.

Todo enriquece, y una vez pasado el duelo de la distancia, la conversación toma un cariz comparativo de este o aquel lugar con España, y cómo no, salvo excepciones, estos expatriados vienen de países en los que el trabajo con una buena base formativa no es un problema y donde la valoración de los profesionales españoles es alta, lo cual, en ese aspecto, les da una visión positiva de la situación en su lugar de acogida y negativa del nuestro, donde hemos pasado del monocultivo de la construcción al del turismo, valorando mas el currículo de un camarero que el de un doctor. Lo que si les une a todos ellos es la provisionalidad de la situación, deseosos de darle un giro y poder volver a casa para trabajar por lo suyo.

De perogrullo es que esta evolución continuará, llegará un punto en que dejaremos de trabajar para terceros y empezaremos a hacerlo en casa. De aquella ya habremos perdido algún expatriado por el camino y, como en España en estas olimpiadas, las medallas de Alemania, Méjico o Reino Unido, por ejemplo, tendrán apellidos españoles de familias que en un tiempo de crisis fueron a buscar el pan ‘trás os montes’.
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