25/06/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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Todos los habitantes de Budapest saben, y cuentan, que a Isabel, emperatriz de Austria y reina consorte de Hungría, le encantaba la tarta Dobos que elaboraban en la confitería Ruszwurm. Es un pequeño establecimiento situado junto al castillo de Buda en el que los dulces tienen un aspecto delicioso y ciertamente están bien ricos. Por lo menos el pastel de amapola que yo comí. Me lo comí bajo un sol de justicia pensando en la triste vida de una princesa guapa y maniática embutida en una vestimenta que debía ser tan pesada como incómoda. Y bajo el mismo sol fui razonando, en un paseo largo y lleno de sorpresas, que pudiera ser que a Sisí los pasteles de Ruszwurm le gustasen pero pocos debió comer porque, al parecer, la base de su alimentación era el pescado hervido y la fruta.A llegar a la Gran Sinagoga yo ya había decidió que nada tenía en común con aquella mujer que con 35 años, cuentan, se sentía tan vieja (quizás simplemente estaba enferma) que tapaba su rostro con un velo y un enorme abanico oscuro. Pero me hubiera venido bien su indumentaria por un rato: no me dejaron entrar en la sinagoga porque iba en pantalones cortos. Me tuve que dar la vuelta en la puerta sin rechistar (para qué) aunque yo no veo nada raro en mis piernas ni nada digno de verse en ellas. Pudo más el interés por ver la sinagoga que el enfado y volví al día siguiente con un vestido que me dio acceso, previo pago, al templo. Pero amablemente me dieron un trapo en la puerta con el que cubrir mis hombros. Yo tampoco veo nada raro en mis hombros ni nada digno de verse en ellos, salvo el color, que es el mismo que el de mi cara. Pero nadie me indicó que me tapase la cara. A Antonio, vestido con pantalones largos, le dieron una kipá con horquilla para taparse la coronilla: no rechistó. La verdad es que me hubiese tapado incluso la cara para entrar porque, para un español, es el espacio más entrañable de la ciudad. En el patio, una placa recuerda como Justo de las Naciones a Ángel Sanz Briz, el diplomático que en 1944 consiguió, haciendo un inteligente encaje de bolillos, salvar la vida de más de cinco mil judíos húngaros, que estaban siendo deportados y asesinados ya en masa. Es una hermosa historia que merece ser sabida y recordada. Aunque para ello tengas que taparte con un trapo o ponerte una kipá.
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