10/04/2022
 Actualizado a 10/04/2022
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Más que líquidos, vivimos tiempos tramposos. Aquella incertidumbre que retrataba Bauman ha coagulado en una sola evidencia: nos van a engañar. Estemos avisados o no, predispuestos o no, queramos o no que nos mientan. Queramos, sí, porque una buena mayoría nos engañamos a posta, queriendo, y escogemos a qué parte de la trampa dar crédito o, al menos, defender como cierta. Elegimos entre las candidatas a evidencias que nos ponen delante. Adoramos nuestro particular artificio y lo convertimos en cómoda trinchera.

Elegimos, por descontado, el medio de comunicación que nos da la razón: si se promulga una ley educativa, el que se enfurece con la supresión de la filosofía o la cronología de la historia. Aunque ambas afirmaciones sean falsas, a la luz del BOE, prensa fiable para ciertas cosas y que nadie lee. Es un ejemplo, hay miles. En la política, otro tanto. Triunfan partidos que mienten sin contemplaciones, sin rubor, sin remedio. Si ayer eras amigo del tirano ruso, hoy no le has visto en la vida; si clamaste por suprimir prebendas hoy haraganeas en ellas… Como si no existieran hemerotecas –¿existen aún?– o archivos –¿los consulta alguien?–. La memoria ha suspendido cotización; la rectificación es arqueología.

Por motivos tan asumidos prospera la mentira. Se encuentran cadáveres asesinados y abandonados por un ejército que se repliega empleando la misma ciega ferocidad que ya se le conocía en otras guerras similares (Chechenia) y su gobierno no tiene reparo en afirmar que se trata de montajes, que son figurantes. Emplea para «su versión» todo un arsenal de medios de comunicación a su servicio que mantiene a gran parte de la población en el lado inadmisible de la realidad. Incluso hay, a este lado de la información, quien admite esa posibilidad, como hay quien acepta que ciertas cosas son discutibles cuando abruman las evidencias. Es siempre el mismo comportamiento de tergiversación, aunque este sobrecoja de santa indignación por el salvajismo que encubre y aquel lo demos por descontado y normal cada vez que encendemos una pantalla, abrimos un periódico o conectamos la radio. Empezamos a no creernos nada porque todo puede ser creído y hasta creíble. Nos está permitido escoger en un nutrido mercado de verdades en venta. He ahí el principio de la duda convertido en fundamento de un desastre con proporciones históricas. He ahí el principio de todo comportamiento totalitario y despótico: manosear la verdad moldeándola al albur de los intereses de quien la difunde. Y eso sucede aquí cada día.

NOTA: La fotografía que ilustra este texto es un mosaico romano del Museo Arqueológico Nacional con un trío de perdices, procedente de la villa romana de Quintana del Marco, en León, primera obra de la exposición ‘Hiperreal. El arte del trampantojo’ que se celebra en el Museo Thyssen de Madrid. Las artes clásicas empleaban el término trampantojo (del francés trompe-l’oeil, trampa para el ojo) o ilusionismo –también engaño en italiano– para reconocer la elaboración de una realidad ficticia, representación eficaz de una ‘verdad’ que no existía.
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