Traiga gallinas de colores

08/06/2018
 Actualizado a 12/09/2019
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Creo que es en ‘El bosque animado’ donde el gran Ciges, grandísimo, llega hasta la casa de los marqueses con un enorme teléfono fijo sin conexión a ninguna parte. Escucha la conversación, marca un número en aquellas históricas ruletas, y comienza a hablar: «¿Es el servicio? Mire, traiga a casa de los marqueses una docena de gallinas, que se las quiero regalar». Cuelga. Todo el mundo mira de reojo. Vuelve a marcar: «¿Es el servicio? Las gallinas de colores, por supuesto».

Más o menos es así la estampa.

¡Qué pena que no tengan la gracia del inolvidable Ciges! –el de la moto en ‘Amanece que no es poco’– los vendedores de gallinas de colores que nos han tocado en suerte. Por lo menos –como diría otro grande, Gila– «nos han matado al hijo pero nos hemos reído». Es que ahora nos quieren mandar cada día una docena de gallinas de colores pero sin pizca de gracia. Y, además, nos las cobran a la entrega.

No son gallinas de colores. Son casas de colores, pero el castillete del fondo, ese armazón de hierro viejo, abandonado, oxidado, furruñoso que va creciendo sobre ortigas nos recuerda que también un día llegaban Ciges de vía estrecha prometiendo casas dibujadas en arco iris, futuros escritos en rosa, subvenciones llovidas del cielo, trajes con corbata y caras blancas donde hubo monos de minero y ojos con orla negra pintada con rimel de carbón... los paraísos dejaban de ser perdidos para instalarse allí, en ese valle al que nunca llegaron.

– Otro tren que descarriló; decía un viejo escéptico cuando le hablaban de oportunidades perdidas.

– Otra mina que sólo da grisú.

«Venga, una docena de gallinas... de colores, claro»
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