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Traición a España

28/11/2019
 Actualizado a 28/11/2019
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El mayor problema de España es que nadie sepa a ciencia cierta en qué consiste defenderla. Si la valentía es vestirse de bandera, mantener la coherencia o ahogarse en contradicciones. Si por España hay que sacrificarse en incongruencias como creyó Albert Rivera o ejercitar el mecano imposible e ingobernable que negocia Pedro Sánchez. El patriotismo es polisémico, anguloso y flexible. Por eso en todos los bares, junto a la tortilla y las croquetas, hay patriotas desertores y traidores constitucionalistas. Porque, sobre todas las cosas, «el patriotismo ciega la lucidez» como escribió Mario Vargas Llosa. Es el vino de pitarra que brabuconea la política.

El PP no impedirá que Vox esté la Mesa del Congreso de los Diputados igual que puede que termine no impidiendo un Gobierno de Sánchez. Pablo Casado está en la encrucijada, los populares nadan y guardan la ropa en un momento disruptivo para el partido que logró aglutinar al centro y la derecha de la España de la concordia. Aquella de la Transición, cuando se consiguió que el patriotismo mudara de sometimiento a consenso. Casado no quiere acabar siendo Rivera y por eso se dejó la barba. Duda entre cómo dolerá menos la traición en su patria chica, la de los votantes. Si acorralar a la «derecha auténtica» de Santiago Abascal que le come las entrañas o evitar con una abstención responsable otro engendro parcheado que sostenga a los socialistas en el aire. Si salvarnos de Sánchez o de la ingobernabilidad de los nacionalismos.

La subjetividad del patriotismo, que ahora sea un adjetivo opinable, es un rompecabezas para la estrategia política y una lacra para la defensa de España. Todos han salvado este país tantas veces como han llegado a traicionarlo, lo cual termina significando que ninguno salvó nada ni tampoco traicionó a nadie. Casado pasea con la calavera de Rivera en la mano, «ser o no ser. He ahí el dilema». Ser un traidor patriota o un patriota capaz de traicionarse.
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