Tragedias de la ola de calor

Dejar rastros de ADN en el sofá de escay, concretamente de la cara posterior de los muslos. Que los centros comerciales se hayan convertido en refugios climáticos y hasta los que más los odiamos acabemos claudicando ante el paseo indoor por sus pasillos. El gustidaño del aire acondicionado congelando tus pies en sandalias. El sustidaño que se lleva el gerente cuando llega la factura de la luz. La envidia que da la perra chorreándole el agua por la panza, aunque sabes que se ha metido donde evacua el ‘emisario’, que es el nombre técnico de la tubería principal de las aguas residuales. Sentirte como los muñecos del tiro al mono, incluso tumbado en la cama. Dejarte en casa las gafas de sol. Ser pobre en melanina. Que te escriban los que están en la playa. Que te escriban los que duermen bien en la montaña. Que te escriban los que tienen piscina privada. Que te escriban. La bromita de la Costa del Adobe. Entrar al coche cuando queda al sol. En una pareja, ser al que le pican los mosquitos —yo tengo la suerte de ser el que libra—. La bofetada al salir del portal. Confundir la sección de congelados con el Valhalla. El olor de las higueras. El temerario desprecio por la vida de los que no solo no evitan los esfuerzos en el exterior en las horas centrales del día, sino que lo llaman «entrenar» —para llegar rápido al cofre, imagino—. El decoro urbanita que impide a uno ir sincamiseta, cuando en el pueblo sería un Tarzán. El precio de los protectores por encima de factor 50 que tenemos que utilizar los pobres en melanina. Ser emo, gótico, heavy o, simplemente, ir de luto. Que te expliquen 30 veces el riesgo inflamable de la regla del 30 —aquí va la 31: 30 grados de temperatura, menos del 30% de humedad y un viento de más de 30 kilómetros por hora—. Que inflamable signifique flamable —gracias Doctor Nick—. Que el termómetro de Santo Domingo marque ya 38 grados y no estemos en alerta. La nostalgia del termómetro del Continente. Que yo le recuerde a usted todo esto.