02/08/2021
 Actualizado a 02/08/2021
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El ingenio de los escritores del Siglo de Oro acuñó el curioso vocablo ‘Tragaldabas’ que aún hoy permanece en nuestro lenguaje, aunque lo haga con menos repercusión que el de ‘tragón’ o ‘zampón’. Un término que nació de la chispa de una de las épocas de mayor resplandor de la cultura hispánica y que abarca más de siglo y medio con la clara intención de señalar que alguien tenía tanta caída que hasta se tragaba las aldabas de hierro de las puertas. Y supongo que, en pleno siglo XVI, fueran de tamaño considerable.

Hace unos días recibí un mensaje de alguien de Salamanca con una foto de una minuta de un banquete. En el texto me dicen: «Mira lo que le ponemos a estos tragaldabas. Pero quieren que tú no comas carne». Y sigue «Un plato de piedras del Tormes, si de mí dependiera…».

Con el menú delante, tardé en reaccionar un rato hasta que me di cuenta de que el Convento de San Esteban acogía una cumbre para dialogar y negociar, pero donde ni hubo diálogo ni acuerdos porque cuando empezó la reunión algunos ya habían recibido su parte de la tarta y otros sabían que recibirán su tajada en los próximos días, al margen de lo acordado en casa de los dominicos.

Los mandatarios autonómicos, Pedro Sánchez y compañía pudieron hincar el diente a un buen surtido de suculentas viandas salmantinas pero también productos de otros lugares de Castilla y León como muestra de la abundancia y calidad de la cocina de nuestra tierra. Claro, que a un tragaldabas en sentido estricto lo mismo le da que le sirvan jamón ibérico y lomo de bellota de Guijuelo que mortadela del súper o pierna de lechazo con salsa de miel y castañas bercianas y lomo de ternera morucha que carrillera de quinta gama para un menú del día.

Porque, aparte de la cultura gastronómica de cada uno de los comensales, sabían que mucho más allá del almuerzo en el claustro del convento de la Orden de Predicadores que, al fin y al cabo, quita el hambre un día, cuando el menú del banquete sea el dinero que llegará de Bruselas en abundancia, a las autonomías leales –como somos en Castilla y León– nos tocará el caldo, y a los separatistas, a los tragaldabas, las mejores tajadas. Pero, oiga, a nadie se le ocurre cambiar de cocinero.
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