09/07/2020
 Actualizado a 09/07/2020
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La irreparable pérdida que para el séptimo arte supone la muerte del maestro Ennio Morricone ha hecho que me siente estos días en una de las vacías butacas del ‘Cinema Paradiso’. Sus notas ponen melodía a la emoción de ‘Totó’ cuando contempla el carrete de película que le ha legado Alfredo, el hombre que le enseñó a manejar el proyector en el cine de su ciudad cuando era niño y que le dejó hecho un montaje con todas las escenas subidas de tono que entonces se cortaban del rollo sin contemplaciones por mandato clerical. ‘Totó’ vuelve a su tierra natal tres décadas después y hace las paces con su pasado antes de contemplar aquellas imágenes que tanto había deseado cuando era un mico que aprendía a manejar el proyector. También los mayores que acudían como espectadores al ‘Cinema Paradiso’ querían ver esas eróticas y pasionales escenas, por lo que abucheaban al sacerdote cuando se percataban de algún corte en el metraje.

Resultaba ciertamente absurdo censurar escenas con besos o ensamblajes carnales que –con mayor o menor frecuencia– la gente podía protagonizar en la intimidad de sus hogares. Y los que no podían siempre tenían la opción de tirar de imaginación y dibujar en su propia mente lo no visto en la pantalla.

Quizá los españoles recibamos dentro de algún tiempo un carrete de película en el que podamos ver las imágenes que nos han hurtado durante las semanas más crueles de la pandemia. Escenas de hospitales desbordados o de residencias en las que tenían que elegir a cuál de sus mayores afectados ingresaban porque no había sitio para todos. O de algunos de esos mayores que volvían sin coronavirus, pero con el cuerpo hecho llagas como si viniesen de la guerra.

Como en el ‘Cinema Paradiso’, resulta ciertamente absurdo censurar escenas que más tarde o más temprano van a llegar a nuestros oídos y quién sabe si a nuestros ojos. Ahora que se habla mucho de «naturalizar» el insulto a los periodistas que no obedecen ni a siglas ni a ideologías, no debemos olvidar que la verdad siempre asoma. Quizá con demora, como con el carrete de ‘Totó’ y como con muchas tropelías cometidas en este nuestro país, pero siempre asoma.
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