Toque ‘a perros’

03/04/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Los campanarios hablan, lo acaba de ratificar hasta la Unesco reconociendo su lenguaje como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Las campanas convocan con sus voces de badajo a los vecinos para reunirse en concejo; llaman para ayudar a quien ha perdido su casa; reúnen para arreglar los caminos deteriorados por el agua; tocan a solidaridad si fuera necesaria...

Hablan. Si hay quién las escuche.

Porque en esta tierra que han bautizado como vaciada ya son demasiados los pueblos en los que nadie responde a la llamada de las campanas, a las voces de los badajos. Tal vez unos perros ladren en la lejanía, cuidando las vacas que pastan en los puertos; vigilando las ovejas a las que el lobo acecha desde el corazón del bosque.

Nadie escucha.

Puede incluso ocurrir que no haya ni campana, que no hablen los campanarios. Y los vecinos, que siempre encuentran soluciones, han colgado en la pared una pieza de un tren que tampoco tienen y en un agujero de la pared descansa el tope que sirve para golpear y convocar. Para hablar.

Las campanas hablan hasta sin campanas.

El problema es que en este pueblo sin campanas tampoco hay vecinos, ya hace años que nadie enciende la cocina, que no echa humo la chimenea, que no toman sus viejos el sol aprovechando inviernos como el que ha pasado sin pena ni nieve.

Tan solo algunos fines de semana.

Tan solo unos días en verano el tope volverá a golpear sobre la pieza del tren para reunir a los vecinos que regresan para la fiesta de Nuestra Señora y se van antes de que aúlle el invierno.

Y después, sólo sonará el ‘toque a perros’.
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