16/07/2017
 Actualizado a 10/09/2019
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No les voy a enmendar la plana a los expertos que hablan de ola de calor pero apuntaré por mi parte que en mi casa casi es mejor cerrar las ventanas al amanecer y por la mañana temprano no sobra una chaqueta. Es de las pocas ventajas que tiene vivir en un pueblo (no se me ocurren muchas más, salvo la de poder tener un huerto o ver las estrellas mejor que los demás) y además es una ventaja que no corre peligro porque es gratis y no depende de la política. La patética situación demográfica que presenta la provincia de León a mí me recuerda siempre, probablemente sin razón científica que lo avale, al catastro del marqués de La Ensenada donde se pueden rastrear los nombres de multitud de exiguas poblaciones que no sobrevivieron al tiempo y cuyas propiedades o bien asumieron otros pueblos colindantes o bien pasaron a engrosar el patrimonio de familias nobles que se apropiaron de ellas de aquella manera. Tengo la impresión de que nadie ha reflexionado globalmente sobre lo que se pierde cada vez que un lugar se despuebla y, como demuestra la historia, desaparece. A mí particularmente siempre me ha parecido que hay algo importante que se ha podido y aún se puede salvar aunque el tiempo apremia: la toponimia. Creo que lo he expresado en numerosas ocasiones pero, a pesar de ello, no he visto que se haya puesto en marcha ninguna iniciativa pública que garantice la salvaguarda de este patrimonio cultural que, tal vez es menos vistoso que el que denominan etnográfico, pero es ingente y fundamental. A punto de publicarse ‘Toponimia de Pinos’, de Leopoldo Antolín, ganador del quinto premio Concha de Lama, merece la pena recordar el gran esfuerzo que está haciendo el Club Xeitu por fomentar la recogida de la toponimia de los pueblos de Laciana, Babia, Omaña, Pola de Somiedo, Cangas del Narcea y Degaña. Han tenido, incluso, el buen tino de traspasar las fronteras administrativas en la creencia de que la montaña occidental asturleonesa tiene muchas y muy importantes cosas en común que deben ser conservadas y estudiadas. Por razones tan obvias como la desaparición de las formas de vida agrícolas y ganaderas y la de las gentes que a ellas se dedicaron, estamos apurando nuestra última oportunidad de conservar la toponimia. ¿No habrá quien recoja el guante?
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