23/02/2020
 Actualizado a 23/02/2020
Guardar
Puede que algunas personas e instituciones no se tomen en serio –o al menos con la gravedad que merece– la manifestación del pasado domingo. Incluso que asistieran en calidad de infiltrados o convidados de piedra. A lo mejor abordan el tema como hace la sanidad con muchos ancianos: esos que esperan pacientemente a que un especialista les atienda en una consulta gélida y minúscula, después de que su cita se haya prolongado durante meses. Los mismos a quienes dejan a la intemperie si no tienen familiares que los acompañen y que, en el mejor de los casos, si no han fallecido, pasan a formar parte de una lista fantasmal. Ocurre que a veces esos ancianos, vencidos por la rabia o la desesperación, pierden los estribos, blanden la garrota y golpean la puerta del primer despacho que tropiezan.

A los pueblos puede pasarles lo mismo: ven cómo se estrangula su futuro poco a poco y cuando la realidad se cierne sobre ellos como una amenaza, reaccionan con cólera. No es algo que suceda de un día para otro, lo habitual es que la cocción sea insidiosa y lenta. Los políticos marean la perdiz, los caciques contemporizan y los pasmados no mueven ni un dedo. Hasta que llega ese día donde la gente, por una mezcla de agotamiento y hastío, decide echarse a la calle. Ha sucedido antes, en muchas épocas y países. Se enciende la mecha y ya no les para ni el sursum corda. Los que sujetan la sartén por el mango, al ver lo que se les viene encima, se echan las manos a la cabeza y ruegan calma. O mesura, o conformidad, o sentido común: esos pretextos que esgrimen los que han propiciado la desesperanza y el expolio. Pero, como en el caso del anciano a quien el sistema mortifica, puede que para entonces sea demasiado tarde. Las víctimas, con el paso del tiempo, pierden la esperanza y también la compostura. Solo les queda una rabia gruesa, un orgullo herido pero latente, como el de quienes, a lo largo de la Historia, fueron humillados y ofendidos: los leoneses hace tiempo que acumulan razones para sentirse así y expresar su hartazgo infinito. Llega un momento donde no son suficientes las limosnas, las promesas o los somníferos. Ese instante de lucidez donde decidimos, por una vez en la vida, que no nos van a tocar más las pelotas.
Lo más leído