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Toma el dinero y corre

21/06/2020
 Actualizado a 21/06/2020
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No soy un experto en automóviles, ni tampoco un fan declarado de los mismos, pero siempre me han fascinado los cochazos que reverberan en las películas americanas de los setenta, con sus latonerías de cupé y sus molduras cromadas, y sus motores de seis y ocho cilindros, los Buick Riviera o los Chevrolet Malibu que brincan como colosos en las empinadas calles de San Francisco. Si encima los conducen Clint Eastwood, Steve McQueen o Gene Hackman, pues nada, pura gloria. Dicho esto, lo de los machacantes (por seguir con la jerga setentera) que el Gobierno va a librar al sector, otro lobby intimidante, no me suscita ningún entusiasmo. Tres mil setecientos millones, quiero recordar. A lo mejor influye que a mí, los concesionarios, siempre me han parecido lugares donde te tratan rematadamente mal (no hablaré de algunos de los que tenemos en León), convirtiendo los célebres sistemas de calidad y satisfacción al cliente en una tomadura de pelo. Pero es que, puestos a gastar dinero del contribuyente (sería pertinente que lo especificaran en sus programas electorales: en qué van a fundir nuestros impuestos) y respaldar a tal o cual industria, existen muchas opciones, y digo yo que no tendría por qué ser siempre la misma: se me ocurren las energías renovables, la vivienda sostenible o la investigación biotecnológica, por poner ejemplos. Y si se trata de apostar por algo progresista y socialmente innovador, les lanzo otra idea: ¿qué tal si se apoya con fuerza a las empresas que vinculan su reputación y su marca a valores que incluyen salarios justos, respeto medioambiental o medidas de conciliación? Tres mil millones dan para mucho, imagínense la cantidad de trabajadores que podrían beneficiarse de una medida semejante. Aquí se llevan los duros siempre los mismos (muchas veces, multinacionales o grupos de inversión que a la mínima desmantelan el cotarro), y ese dinero repercutiría en el bolsillo y la forma de vida de los ciudadanos de a pie. La discusión que subyace de fondo con este tipo de ayudas es otra, la que nos emplaza a pensar qué modelo de desarrollo económico queremos y, sobre todo, dónde leches va a parar la pasta de los españoles: a lo mejor, vayan a saber, a un consejo de administración sueco, a las arcas de un aristócrata magiar o al propietario untuoso de no sé qué constructora. Solo nos queda sonreír embobados y tirar llantas y millas.
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