04/12/2016
 Actualizado a 11/09/2019
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Usar guantes en el invierno de León es un atraso cuando uno puede sujetar entre las manos un cucurucho de castañas recién asadas en la locomotora de mi tocayo Ángel González. No es nuestro único castañero, pero sí el que más cerca de mi casa tiene su andén y por ello el que más frecuento. La imagen de Ángel el castañero, con sus gafas redondas y su gorra ferroviaria, casi siempre leyendo al calor de su máquina, me resulta tan reconfortante como sus castañas. Como él mismo dice, seguramente será el producto que llega al pobre consumidor del siglo XXI de forma más natural e inalterada. Directamente del árbol al cucurucho, sin más tratamiento que el de la brasa del carbón vegetal.

Hasta el propio cucurucho de papel de periódico me parecía romántico, y me gustaba pensar que quizá alguna de mis columnas pudiera tener el noble destino de envolver un par de docenas de castañas recién asadas y calentar las manos de algún leonés. Digo me gustaba, en pasado, porque la última vez que visité a Ángel me sorprendió ver que ya no utilizaba papel de periódico, sino unas hojillas en las que él mismo había hecho imprimir un texto y algunos dibujos sobre su producto y su oficio. Según me contó, las autoridades le habían prohibido emplear papel de periódico, porque no sabía qué normativa reciente obligaba a utilizar exclusivamente «papel alimentario».

De nuevo la obsesión de los políticos por la hipertrofia normativa, por dedicar recursos a legislar chorradas y por convertir en infracciones los actos más corrientes e inofensivos. Ya sabemos que lo que publica la prensa escrita es con frecuencia venenoso, pero ¿se ha descrito algún caso de intoxicación por consumo de castañas asadas cuya cáscara hubiese estado en contacto con papel de periódico? ¿De verdad era necesario, en pro de la salud pública, jorobar al castañero e incrementar sus costes? ¿Los sueldos de cuántos burócratas se han dedicado a sacar adelante tan absurda norma?

Mientras tanto el Gobierno, con la aquiescencia del PSOE y de Ciudadanos, anuncia una nueva y brutal subida de impuestos para 2017. Reducir el ingente gasto público del Estado, de los 17 monstruos autonómicos y de ayuntamientos y diputaciones es impensable, así que de algún sitio hay que sacar para mantener esta inmensa agencia de colocación de políticos en que se ha convertido España. «No hubo ninguna promesa electoral que dijera que íbamos a bajar los impuestos», asegura Montoro. Yo juraría que sí ¿Lo habré leído en algún cucurucho de castañas?
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