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Todos los mundos imposibles

26/11/2021
 Actualizado a 26/11/2021
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Un domingo nublado y melancólico decides que es buen un momento para sumergirte en ese país multicolor de Ikea que está siempre, por supuesto, en un polígono comercial, nada multicolor o quizá sí por la acumulación de coches en el aparcamiento, coches que, vistos de lejos, están como amontonados unos encima de los otros, pero los coches de ahora son poco multicolores, no sé si os habéis fijado que son todos blancos, que te encuentres un coche amarillo o rojo es ya como de los años 80, entonces estás en el aparcamiento con tu hijo de nueve años –Pequeño Zar– que lo único que quiere es que compres un árbol de Navidad, y le dices que no, que venimos a por una estanterías para tu habitación y se acabó, no vamos a comprar nada más, pero, ¿ni un reno?, no, ¿ni salmón ahumado?, lo miras y piensas, estoy educando un pequeño monstruo sibarita, y coges aire, y empiezas por la A para acabar en la Z, porque entrar en Ikea es como ir a Jerusalén y necesitas hacer todos y cada una de las estaciones del viacrucis para alcanzar el Gólgota y ver la luz al final del túnel, a mí, antes, ir a Ikea hasta me hacía gracia, fui a Ikea en Londres, cuando era ‘aupair’ y la ‘missis’ me llevó a comprarme un edredón, fui a Ikea en Bremen, en Berlín, en Madrid, y era como imaginarte todos los mundos que podías llegar a ser: la ‘hípster’, la ‘cool’, la mamá guay con su dormitorio de literas donde los niños jugaban a Peter Pan, la intelectual con su sillón de orejas, la cocinera generosa con una mesa enrome para invitar a todos, la cursi con su cama de dosel y su lavanda seca en esos enormes armarios, y todo ordenado, me entraba el frenesí de comprar de todo para poder ordenar mi casa, cajoneras, ‘tuppers’, cajas, cestas, y salía siempre con un montón de inutilidades, y por qué justo ese domingo te da un bajón total y ves todas esas parejas jóvenes y embarazadas o jóvenes con bebés o jóvenes con padres, con esa luz en los ojos creyéndose todos esos mundos que podrían ser y no serán y por un momento piensas que en diez años estarán todos divorciados, odiándose y los muebles de Ikea acabarán en el punto limpio, porque ni para el Rastro sirven, y pensar todo eso me hace caer en depresión, os juro que salí corriendo, pero esos pasillos no tienen fin, es un tortura desde la A a la Zeta, y Pequeño Zar que quiero algo, algo, ¿nos vamos a ir sin comprar nada?, y nos fuimos sin comprar nada, un cucurucho de patatas fritas que a los dos minutos estaban frías y grasientas.
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