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Todos fuimos Raquel

12/03/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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El asesinato de Isabel Carrasco, y todo lo que le rodea, es sin duda una de las páginas más negras, rocambolescas y surrealistas no solo de la provincia de León sino de la criminología patria. Desde el mismo momento en que Montserrat González apretó el gatillo en la ya famosa pasarela sobre el Bernesga los acontecimientos dignos del mejor ‘Caso’ se han ido sucediendo de una manera tan rara como casi diaria.

Por escuchar cosas extrañas que no quede. ¿De lo último? Pues ni más ni menos que el policía jubilado que siguió a la asesina confesa tras el crimen no estaba ahí por casualidad. Ojo al dato señores, que diría el bueno de García. Falsos testimonios o no, desapariciones letradas, gente que vio y que ahora no ve; gente que no vio y que ahora ve, los que escucharon sin oír y los que oyeron sin escuchar… un sinfín de argumentos, argucias, dimes y diretes. Políticos, como el señor Eduardo Fernandez, regodeándose de unas sentencias que todavía no habían sido ratificadas por el juez. Encantado de mandar a todo dios a la cárcel. Ahora, henchido de rabia, el PP apelará, quizás no ha sentado bien que no les vaya a caer indemnización. Y aquí es donde me voy a callar sobre este tema en concreto, que tampoco quiero una demanda.

De todo lo acontecido en este ‘sainete’ kafkiano, el caso de la participación de Raquel Gago era la parte más confusa, más cogida con alfileres, pinzas de depilar cejas si quieren. Y pronto, muy pronto, la sociedad leonesa tomó partido. Y pocas veces se ha podido ver una empatía tal con una (ex) acusada de asesinato como la que el pueblo ‘cazurro’ ha tenido con la policía local. Las firmas, los mensajes directos e indirectos, los movimientos a través de la red y la cuidada puesta en escena del policía, uniformado, acompañándola y agarrándola por el hombro dejaban meridiana la postura social.

Una postura sin fisuras acogida tanto por los que conocen a Gago como por los que no. Y el inicio de esa empatía llegó, sobre todo, el primer día del juicio, donde se pudo ver a una persona con 15 años más de los que refleja su DNI, consumida por la pena, la rabia, la decepción. Algo tan palpable y real que no dejaba lugar a dudas. La cara es el espejo del alma. Raquel era una persona destrozada por la tristeza, pero no por la culpa. Y desde ese primer momento nada de lo que se dijo en esa vista llevaba al planteamiento que finalmente el jurado adoptó sobre la agente municipal. En primer lugar porque una de las razones primordiales para culpar a alguien de un crimen es hallar el móvil, y en este caso ese objetivo no se vio por ningún sitio. Es verdad que han quedado algunas lagunas, pero no es menos cierto que para mandar a una persona a la cárcel 20 años hay que estar muy seguro; y en el caso de Raquel había demasiados interrogantes sobre la veracidad de su participación.

Pero ¿por qué todo León fue capaz de ver que Gago no era una asesina menos el jurado que la juzgaba? Nadie, salvo las acusaciones, entendió que las penas fueran iguales para las tres acusadas. Muchas dudas, muchos interrogantes en el papel de la guardia urbana en este asunto. Siete de nueve miembros condenaron a muchos años de cárcel a una persona inocente de asesinato (yo no me creo ni lo de encubridora). El juez asume la culpa y apunta a un cuestionario mal elaborado, que pudo confundir al jurado. Es surrealista, es el último capítulo del caso más esperpéntico que se recuerda. Un episodio que, sinceramente, apesta a irregular.

El sentido común ha reinado, o ha premiado al final. Y es que como suelo escribir de vez en cuando el sentido más fácil, el que se palpa, se huele y se ve por si solo es ciertamente el más difícil de encontrar para el ser humano. Nos gusta más buscar el lado más absurdo, imagino que porque al final solo somos lobos para nosotros mismos. Raquel Gago es inocente de asesinato pero en parte ya nunca volverá a ser la misma. Eso sí, le queda el apoyo de toda una provincia, que no se creyó su presunta culpabilidad. Un pueblo que ha puesto su granito para demostrar la inocencia de una persona. Todos, en esta ocasión, fuimos Raquel.
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