04/02/2022
 Actualizado a 04/02/2022
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Conocí a Rafa Nadal hace más de una década en Palm Springs (cómo suena eso, ¿no?). Había ido a hacerle una portada para “Vanity Fair”. Llevaba persiguiendo a Nadal desde que empecé en –y empezó– la revista, o sea desde 2007. Y siempre me daban largas o fijaban la fecha de la entrevista y después la anulaban o pasaba algo, se lesionaba o qué sé yo, y todo se iba al cuerno. Pero por fin llegó la voz que dijo: tal día de marzo, antes de jugar en el Master de Indian Wells. La redacción se revolucionó y lo montamos todo en un momento: viaje, billetes, fotógrafo, estilista.

Palm Springs es un lugar lleno de palmeras altísimas, cactus enormes, mansiones deslumbrantes y desierto. Y la luz del desierto. El sumun de California. Y Rafa era el sumun de España.

Así que me había preparado para una ‘celebrity’, un deportista que estaba ya en la cima de su carrera. Y eso que mi padre, que era su fan número, me había avisado: ese chico tiene algo muy sincero.

Me había preparado para un personaje y lo que me encontré fue esto: una persona. Honesta al cien por cien. Realmente pienso que la honestidad y el sentido común están en peligro de extinción. Y por eso todos amamos a Rafa, porque cuando juega tienes la sensación de que, por una vez, ganan los buenos, los que se lo merecen de verdad.

Tantos años después, creo que eso es lo que lo ha convertido en un icono. Su rectitud. Por supuesto, también su juego implacable, su fuerza de voluntad. Cada bola es una lucha y él solo ve la que tiene delante. Una lucha contra el dolor, por sus lesiones infinitas, y una lucha contra el paso de los años, contra los rivales eternos y contra los jóvenes tenistas que van surgiendo. Una superación. La superación del esfuerzo.

Aquella entrevista en Indian Wells nunca tuvo lugar. Solo la sesión de fotos que hicimos apresuradamente en el jardín de cactus de una casa estilo años 50. Los dueños admiraban a Rafa desde lejos y al finalizar le pidieron que les firmara una visera. El mánager me dijo que no había tiempo para más, Rafa debía entrenar. Cuando llegué a la redacción sin la entrevista, a mi directora casi le da un ataque. Pero poco después, en el Real Club de Tenis de Barcelona, tuve ocasión de hacerla. El resultado está en el éter digital: Nadal, tal como es. Me quedo con una frase que lo define: «Tengo que hacer lo que creo que es correcto».
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