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Todo queda pendiente

27/07/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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Todo queda pendiente, menos la muerte. Me gustaría que este sol abrasador, junto con el seductor azul clorado de las piscinas, nos llenara de sueños de la vieja Grecia, de los mosaicos con delfines en los que tanto me gustaría zambullirme. Pero los informativos insisten: todo queda pendiente. El trasiego de bustos, la caída de las estatuas: ¿se acuerdan de aquella imagen? La caída de Saddam Hussein. Y también las de la antigua Unión Soviética. Es verdad que los bustos son feos. Lo dice mi buen amigo Sergio del Molino, que desearía los pedestales libres de estatuas. En un viaje a Irlanda, país que adoro, recuerdo un pedestal así, en el sur de la isla. Dice la leyenda que están esperando a alguien que realmente merezca la pena ocupar ese lugar, una estatua, un busto realmente merecido. Y no han encontrado aún a nadie. Así que el pedestal sin estatua en lo alto es una gran metáfora. Un grito de dignidad. Todo queda pendiente, dicen los informativos. Nos vamos hacia las brasas de agosto con un extraño síndrome de provisionalidad. Europa sigue en manos de los gurús del neoliberalismo, Europa sigue dudando del liderazgo de Alemania y de los merkelianos que defienden el puño cerrado, ante la llegada imparable de los miserables. Me pregunto cuántos turistas bronceados se encontrarán con lanchas quebradizas, a punto de zozobrar, en las aguas del Mediterráneo. Me pregunto hasta cuánto tiempo podremos resistir la gran mentira del presente. Y también está nuestra propia provisionalidad. Agosto será una vez más el mes inexistente, el vacío del calendario. Huiremos de verdad, o quizás sólo en sueños, hacia los paraísos terrenales, pero siempre habrá un primero de septiembre esperando en la orilla. Este otoño será el más movido en mucho tiempo. No sólo Cataluña llega con su viaje hacia la independencia, no sólo el Estado parece absorto ante los retos. Están las elecciones generales, que auguran un salto, un movimiento, comparable quizás al de los días de la Transición. En algún momento ha de iniciarse el siglo XXI, pues aún mantenemos las grandes rémoras del pasado. La modernización pasa por desprenderse de los resabios rancios de la tribu: en nombre de la tradición se han cometido y se cometen no pocas tropelías. Pero tampoco es buena idea hacer tábula rasa. La modernidad no puede ser brutal, sino inteligente. Agosto es la promesa de la desconexión, la desmemoria por treinta y un días. Una tregua. Paradójicamente, en agosto congelaremos la realidad. Pero me temo que todo queda pendiente. Y hay mucho, muchísimo, por resolver. Fundamentalmente, el futuro.
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