28/08/2020
 Actualizado a 28/08/2020
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Vivimos en unos momentos muy complejos en los que además de las incertidumbres sanitarias, laborales, económicas y familiares, vemos como la misma calidad democrática está muy comprometida, por no decir algo peor.

La salud democrática no solo se mide por las veces que vamos a votar (en algún caso sucede todo lo contrario) sino por la independencia de los poderes, la fiscalización de los medios de comunicación de esos poderes, el comportamiento de nuestros políticos y la capacidad de los ciudadanos de ser críticos con esos mismos comportamientos. La separación de poderes hace tiempo que es cuestionable, teniendo en cuenta que el Consejo General de Poder Judicial es nombrado por políticos, en lugar de por los propios jueces, como sería lógico. Del poder ejecutivo y del legislativo, creo que no cabe ninguna duda de que sus límites quedan muy difuminados entre ellos y la propia política. En relación a los medios de comunicación, hay muchos que ya hace tiempo renunciaron a ser objetivos, limitándose a mimar su lado empresarial de manera que «aprietan» más o menos a los políticos, según sean más o menos de su cuerda y fluya cierta «sintonía presupuestaria» entre los grupos mediáticos y las administraciones o, como dice un amigo mío periodista, fluya la «grasa» que ayude a mantener la maquinaria bien lubricada. Pero si bien todo lo que les comento es preocupante, lo que me llama más la atención es el pasotismo o relativismo de los ciudadanos hacia ciertas tropelías que, más allá de la orientación política de cada uno, quedan totalmente de manifiesto, pero que aun así se justifican por la simple razón de que lo hacen «los míos».

Díganme lo que quieran, pero que el presidente del Gobierno sea uno de los pocos afortunados que este año haya disfrutado de unas buenas vacaciones y nos castigue a contemplar su estupendo bronceado en una hora de rueda de prensa a su regreso, no tiene un pase.

Que el partido socialista y los comunistas de Podemos, sobre los que recae el Gobierno, se planten para impedir una comparecencia en el Congreso de los Diputados de Pablo Iglesias para aclarar la supuesta financiación ilegal y la caja B de su partido, cuando hasta hace solo unos meses ellos eran los que exigían comparecencias de todo tipo de personajes, no tiene un pase.

Que el Gobierno nos venda la moto del ingreso mínimo vital como si fuesen los adalides de la igualdad, cuando en la práctica solo lo han concedido al 0,8% de los solicitantes, familias que en muchos casos llevan ya meses sin ningún tipo de ingreso, no tiene un pase.

Que Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno, coloque de número 2 de su partido, portavoz en el Congreso y de ministra a su compañera sentimental, mientras que tan solo unos meses atrás criticaba el nepotismo de las administraciones, no tiene un pase.

Díganme que no les importa, que les gusta que se rían de ustedes, que como ahora son los míos que se fastidien los otros, que son los más fanáticos del lugar, pero no me digan que no tengo razón.
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