david-rubio-webb.jpg

Todo es mentira

31/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
Acudo más a menudo de lo que me gustaría a eventos en los que, como a Nino Manfredi en ‘El verdugo’, me tira la sisa. Para moverme con naturalidad, además de no llevar traje, me arrinconaría para pasar inadvertido e hincharme a canapés, pero me lo impiden el cargo y la experiencia de que es mejor minimizar el riesgo de entrar a formar parte de lo que el gran Fulgencio Fernández define como Centro de Interpretación del Lamparón. Entro, por tanto, en la rueda de saludos a desconocidos y abrazos que el a su vez gran Luis Cañón define como «plas-plas-plas». Aunque suele haber sitio de sobra para no encontrarte con quien no quieres encontrarte, pasa siempre junto a mí un individuo al que con el título de periodista le debieron de dar el de perdonavidas, y ejecuta con solemnidad ante mis ojos un desplante que levantaría a los taurinos del tendido. Sobrecogido, siempre pienso lo mismo: «Algo he debido hacer bien para que no me salude un soplapollas de estas dimensiones, pero me gustaría saber exactamente qué para repetirlo». Con el tiempo, y con la acumulación de decepciones provocada por la evidente imposibilidad de contentar a todo el mundo, uno se empieza a medir tanto por la calidad de sus enemigos como por la de sus amigos. Retirarte la palabra, muro de hielo, me enfado y no respiro, resulta tan pre-púber que ni siquiera escuece, y además ahorra mucho ruido. En esta profesión de gurús, los perdonavidas no están sólo entre los periodistas, sino también entre los protagonistas de las noticias, A poco que afiles el lapicero, sobre todo con las elecciones en el horizonte, te buscan con su famoso «yo si quiero llamo a tu jefe ahora mismo y mañana estás en la puta calle». Esta semana me ha resultado especialmente enriquecedora en cuanto a amenazas, pero pasa todas las semanas, en todas las redacciones, a todos los compañeros. Las hostilidades suelen empezar con un «todo lo que has publicado es mentira, te han engañado, tenías que haberme preguntado antes, así que, si no rectificas ahora mismo, te voy a denunciar». Respondes que aquí, en León, los juzgados quedan al otro lado del río y dan cita a todo el que lo pide, y añaden «te voy a meter un paquete que tú no vuelves a escribir ni en la revista de tu pueblo». Otro clásico es «yo sé perfectamente de dónde viene todo esto» y, cuando pides que te lo aclare porque a ti te parece que exactamente viene de lo que pone en la noticia, te suelta un «voy a ir a la redacción y te lo voy a explicar a la cara», para cerrar con la renovada versión del borracho al que no le dejan entrar a la discoteca: «Tú no sabes quién soy yo». Luego están también las preguntas retóricas: «¿Pero qué os hemos hecho? ¡Si nosotros ponemos publicidad!». Y, por los mismos derroteros, «te recuerdo que soy yo el que firma los pagarés de vuestros anuncios», que remata con un «menos mal que estas noticias no las lee ni Cristo, a ver si cerráis de una puta vez», para concluir con el tan repetido como contradictorio «si a mí todo esto me da exactamente igual». Sesudas reflexiones, a fin de cuentas, que nunca se atreverían a decir a un perdonavidas. Suelen serlos mismos que luego, en los discursos, no se olvidan de los agradecimientos «a los medios de comunicación, por su vocación de servicio público, garantes de nuestras libertades y pilares básicos de nuestro Estado de Derecho».
Lo más leído