14/01/2023
 Actualizado a 14/01/2023
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Llevo toda la vida perdiendo cosas. Diariamente disemino por multitud de lugares dos o tres objetos de media. Antes, me sonrojaba pensar lo que pasaría por la cabeza de mis alumnos y compañeros. Ahora he aprendido a encajar su sonrisa de conmiseración. Asumo que aquella temida interpelación «¿de quién es esto?» surgida desde el fondo del pórtico de la sala profesores casi siempre va a tener que ver conmigo: el alumno con el bolso colgando entre sus dedos índice y pulgar, la alumna con el estuche temerosamente resguardado en la cavidad de su mano adolescente, o lo que es peor, el concienzudo profesor de matemáticas que manda al menos discreto de sus discentes a preguntar qué profe se ha dejado el Ipad huérfano y peligrosamente encendido sobre la mesa del profesor de la clase de bachillerato. La única buena noticia en todo este listado de pérdidas y despropósitos es que al menos el extravío tiene final feliz.

Como lo han tenido todos esos objetos que la Policía Nacional de León ha devuelto a sus presuntamente olvidadizos propietarios. Y acentúo lo de presunto porque hay objetos que una, infructuosamente, se empecina en perder; pienso en un horrendo paraguas rosa fucsia de lunares blancos y rematado por un desapacible volante de holgadas dimensiones que no he logrado extraviar pese a varios intentos; ese también me lo han traído a la sala de profesores. ¡Cándidas criaturas!

Anécdotas al margen, el elenco de efectos de diversa índole que los agentes del orden, según publicábamos, foto incluida, en La Nueva Crónica el pasado 12 de enero, tuvo a bien restituir a sus genuinos propietarios con la colaboración ciudadana que se los confió en depósito, asciende a la friolera de 490 Documentos Nacionales de Identidad o Números de Identidad de Extranjeros y pasaportes; 170 permisos de conducir; 379 tarjetas bancarias; 274 carteras con variada documentación; dinero en efectivo por valor de 4.820 euros; además de varios bolsos, mochilas y 57 teléfonos móviles. Las imágenes gráficas testimoniales muestran la vida misma. El presuntuoso bolso de falsa marca de Penélope, esta vez de piel negra y asas intactas, que acaso sentada en el andén, dejó olvidado a la espera de una fallida llegada, o esa carterita rosa con enorme hebilla plateada de Carolina que, jugando a ser mayor, se quedó balanceándose sobre el columpio en el parque de San Francisco, o el estuche de Bimba y Lola en cuyo interior aún residen un par de lápices de ojos y el bálsamo labial de Rebeca, que se enredó paseando entre las fotos de Instagram.

Vidas apiladas en objetos inanimados, que tal vez desvencijaron algún proyecto por una hora, una tarde o una eternidad. Móviles preñados de mensajes que se quedaron en el limbo del olvido, tal vez. Identidades perdidas, o ganadas.

Trozos de vida, o toda una vida, quién sabe.
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