27/06/2017
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Antiguamente en los pueblos cuando había un incendio, ya fuera en casas o en el monte, las campanas tocaban a fuego. La gente acudía al toque de campana. No teníamos helicópteros ni camiones de bomberos, pero concretamente en mi pueblo los fuegos de los montes siempre conseguíamos apagarlos. Sin embargo, hace un par de años varios helicópteros, camiones, excavadoras, personal especializado y hasta el mismísimo ejército no consiguieron evitar que ardieran miles de hectáreas. Eso sí, a los vecinos, aunque conociéramos bien el terreno no se nos permitía de ninguna manera acercarnos. Años atrás unas pocas personas conseguimos detener prácticamente el mismo fuego en el mismo lugar, haciendo un contrafuego y poco más. No quiero pecar de simplista ni descalificar a los profesionales en la lucha contra incendios, pero todos sabemos que se mueve mucho dinero y que esas desgracias son muy rentables para algunos. Es algo parecido a lo que decía un empresario de pompas fúnebres cuando le preguntaban a ver qué tal le iba la vida, a lo que él respondía que mal, porque no moría nadie. Cuanto peor mejor.

Aunque pueda tildarse de ingenuidad, se nos ocurren un par de sugerencias. La primera se basaría en el hecho de que lo que arde en los montes es combustible, del mismo modo que es combustible el petróleo, el gas o el carbón. Si se limpiaran los montes, toda esa maleza podría transformarse en combustible para obtener energía eléctrica o para calefacciones, tipo pellets. Además esa limpieza generaría muchos puestos de trabajo. Todo es cuestión de poner en marcha máquinas que vayan recogiendo y triturando ese material. Y, claro, de esta forma sería mucho más fácil apagar los fuegos. Se trataría de poner en práctica esa afirmación de que los fuegos se apagan en el invierno. Ciertamente esta solución podría ser considerada inoportuna para quienes desean vivir de los incendios.

La segunda idea sería hacer un promedio de los gastos anuales por la extinción de los fuegos y pagar una cantidad fija a las empresas, penalizando con descuentos por cada incendio no controlado. O incentivándolos por el número de incendios evitados. A todo esto podríamos añadir la utilización de las nuevas tecnologías para vigilar y controlar a los criminales que los provocan. En todo caso resulta decepcionante pensar que en pleno siglo XXI con tantos medios como se tienen no se puedan evitar estas catástrofes, resignándonos a ver en la televisión cómo se queman los montes. No es tarea fácil, pero sí que es mejorable.
Lo más leído