24/10/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Se dice, y no falta razón, que lo peor de Cataluña,aparte del empobrecimiento creciente, es que se ha generado mucho odio y división. Por nuestra partelo que realmente nos hace sentir es lástima. Pero hoy no vamos a gastar más tinta escribiendo sobre este interminable culebrón. Afortunadamente también hay buenas noticias, aunque pasen desapercibidas. El sábado pasado tuve la suerte de asistir en el Convento de Purísima Concepción de Ponferrada, más conocido por el de la calle del Reloj, a la profesión solemne de una joven llamada Marta. Confieso que es la primera vez que presencio algo semejante e imagino que todas las personas que abarrotaban la capilla del monasterio experimentarían la misma sensación de gozo, paz y emoción. No cabe duda que se trata de una ceremonia que conmueve por sí misma, pero mucho más en pleno siglo veintiuno, en esta España espiritualmente enferma. Tal vez muchos no entiendan cómo una persona puede ser plenamente feliz consagrándose a Dios para vivir en un monasterio de clausura.

En un mundo obsesionado por el afán de dinero, de poder y de placer, puede resultar extraño que una persona joven, y aunque fuera mayor, se comprometa a vivir en pobreza, castidad y obediencia, renunciando a aquello a lo que todo el mundo aspira como si fuera algo imprescindible para alcanzarla felicidad. Y, sin embargo, testimonios como el de Marta nos demuestran que en realidad sólo Dios basta y que, como dice la canción, para entrar en el cielo no es preciso morir.

Afortunadamente no se trata de un caso aislado y sabemos que hay en España varios monasterios que se están quedando pequeños para acoger a centenares de chicas jóvenes, la mayoría universitarias, que han descubierto el Amor, con mayúsculas, y el gozo de la vida contemplativa. Pero que nadie piense que la clausura supone vivir de espaldas al mundo y a sus problemas. Todo lo contrario. Cada día las religiosas, además de cantaralabanzas al Señor, llevan a la oración los sufrimientos y miserias de la gente. Podríamos decir que prestan a la sociedad el gran servicio de rezar por los que no rezan y que son como un oasis en medio del desierto.

Es verdad que no todo el mundo tiene esta vocación, pero no nos vendría nada mal que en medio del ruido, del ajetreo y de las prisas que nos devoran, sacáramosalgún tiempo para el silencio y la contemplación, para la oración. Seguro que nos sería bastante útil y una poderosa ayuda para poner freno a un ritmo devida con frecuencia atolondrado y desquiciante.
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