Tizones

A poco que te fijes, el romanticismo del territorio queda pulverizado...

Casimiro Martinferre
24/05/2015
 Actualizado a 19/09/2019
Tizones. | Casimiro Martinferre
Tizones. | Casimiro Martinferre
No hay cosa más cómoda que las anteojeras, nada como dejarse llevar. La zanahoria es al burro lo que las anteojeras al ciudadano. Hoy comercializan unas de píxeles, teledirigidas, en diferentes modelos, muy eficaces. Vamos a donde quieren llevarnos, amontonamos lo superfluo, admiramos lo ficticio, nos casan con el maniquí. Cuánto tienes, así vales. A fuer de machista, a las chonis ya no les importa tanto el tamaño, porque ahora excusan medir en centímetros, más bien en millones. Mercadotecnia. Para el caso medioambiental, las mejores son las caballunas anteojeras poéticas: declamar el paisaje desde encuadres bucólicos, coronarle a las pobres gentes un halo épico.

A poco que te fijes, el romanticismo del territorio queda pulverizado. Tal postura realista es tirar chuzos contra el propio tejado, porque estos capítulos quisieran concertarse acompañados sólo de pífanos y liras. Pero inevitablemente asomantumoresinfectando el biotopo, las liras quedan anuladas por los bombos de la agresión, las tripas se nos llenan de pus. Lo hemos cotejado demasiadas veces: tras el declive aterciopelado de robles, derrama su vómito la escombrera, tras la escombrera el oso moribundo atrapado en el lazo del furtivo, tras el furtivo un lobo ahorcado, tras el lobo el patrón, tras el patrón la escombrera. Las aguas del saltarín arroyo no son lágrimas de Perséfone, sino puro salfumán. El aire libre antaño acariciando lomas intactas,hoy lo rebanan las aspas de la eólica. Los bosques arden al mandato de la maderera. Las vides, los cerezos, se cubren con el hollín de cementeras y térmicas. A esto le llaman progreso, vanguardia industrial, eficiencia energética, talante sostenible, porque aupado a la chepa del patrón está el político, y dándole retambufa al político el banquero, y tras el banquero dicen que Tío Sam. Todos estos jefes juntos, amenazan que semejante pasteleo es el pan de nuestros hijos.

También cierto, los ciudadanos preferimos la ley del mínimo esfuerzo. Ante el drama, emparedar los sentidos. Escurrir el bulto a la chita callando o vegetar en la modorra, ajenos al pensamiento. Prosélitos de la banalidad, de lo inmediato. El hombre ha devenido –quizás lo sea desde el comienzo- en el más perfecto impostor. Ningún otro organismo encierra dobleces ni actúa desganado, el resto de la naturaleza obra con entusiasmo en todo lo que emprende, sin excepción, con entusiasmo en la modestia de su cometido. La codicia inventó, mediante las religiones, la aquiescencia del Padre para dar rienda suelta a la esencia humana, que no es otra sino la desolación, “Llena la tierra con tus vástagos y sométela”. Ansiamos poder, para esclavizar; necesitamos poseer, para luego destruir. En todos los ámbitos somos incorregibles. Incluso las preclaras mentes nos dejan atónitos, cuando despliegan los estandartes que les guían, “Saber de dónde venimos, para alcanzar hacia dónde vamos”, “Conocer el pasado, para no volver a tropezar en la misma piedra”. La paleoantropología ha certificado el origen del sapiens, más allá de aquel mono al cual un cromosoma chiflado le desaforó la curiosidad, en la pútrida bacteria, y la historia corroborado en cientos de ocasiones el tropiezo en la misma fratricida quijada.

Pertinaces en el mal, en cuanto la sensatez rompe el cascarón con ánimo de volar, la disecamos. Narcotizada, impotente a base de bromuro potásico más Diazepam, la última cordura, mariposa de alas blancas, languidece en agudos de psiquiatría.
Es evidente el destino. El monto de nuestro legado, tizones.

La Gárdara, noviembre de 2010

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