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Tirarse por un barranco

31/05/2021
 Actualizado a 31/05/2021
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En los últimos días Iván Redondo, ya saben, el asesor principal de Sánchez, ha aparecido en escena más de lo habitual. No sólo por su comparecencia en el Congreso el otro día, sino porque ha publicado un largo artículo recientemente en ‘El País’ y se ha involucrado, directamente, en la presentación de ese horizonte 2050, que es el proyecto de los socialistas para la España del futuro. Un informe que ha generado polémica, porque muchos juzgan que antes de hablar del futuro habría que hablar del presente, tan complejo. Y también porque el futuro es cada vez más impredecible, en este mundo que cambia prácticamente a cada minuto.

Pero a mí me parece que no está mal hacer prospecciones, imaginar lo que vendrá: es tarea de un Gobierno planificar mucho más allá de lo que ese Gobierno puede llegar a estar en el poder, romper esa costumbre del cortoplacismo, porque la vida no sabe de legislaturas. Ahora bien: la cuestión es si podremos abordar el futuro sin arreglar los múltiples asuntos pendientes del presente. En realidad, el futuro no existe. Nos lo han prometido muchas veces. Creíamos en el siglo XX que el futuro sería el siglo XXI, con sus coches voladores, pero ahora sabemos que, aparte de las innovaciones tecnológicas (muchas ya disponibles, otras en marcha, incluyendo los coches voladores), están los retos difíciles, la parte negativa del futuro. Es decir, que tendremos que dedicar más tiempo a arreglar desaguisados que a otra cosa. Al menos si queremos llegar bien a 2050 (los que lleguen, me refiero).

Por un lado, me parece bien tener una visión a largo plazo. Y me parece muy bien preguntar a los expertos, ya que estamos en un país muy acostumbrado a que todo el mundo tenga una opinión, incluso de aquello que desconoce. Pero lamentablemente creo que no estamos en condiciones de saber aún cómo será ese 2050. Ya sé que treinta años no es nada (a mi edad ya empieza a ser algo, la verdad) y que tenemos un ansia infinita de juventud y de eternidad. Ser moderno es ser eternamente joven, o, más bien, creérselo. Pero hay que aceptar que el futuro prometido no existe, ni ningún otro: el futuro sólo es una extensión del presente. Avanzamos a base de una suma de presentes (con incursiones, de vez en cuando, en el pasado, que también tiene cosas aprovechables, aunque el joven eterno, o el adanista irredento, crea que todo acaba de empezar hace apenas unas horas).

Hay cosas, como el futuro verde (y azul) del planeta, que me parecen muy razonables en cualquier proyecto político. Obviamente, no hace falta ser un lince para incluir esa agenda verde en cualquier informe de futuro, también del presente, y es fácil concluir que ni siquiera puede ser un proyecto de país, sino una acción colectiva, planetaria, o, de otra forma, no funcionará. Hay líneas globales que brotan de las ideas diseminadas por los gurús que nos gobiernan (con la ayuda de los algoritmos, de acuerdo) que parecen incuestionables, y otras, la verdad, el resultado de modas mediáticas bastante discutibles. Lo que me molesta bastante es que exista una especie de doctrina, no exenta de dogmas, en la que por lo visto tenemos que creer.

Pues bien, Iván Redondo, como gurú principal y, según algunos, verdadero gobernante en la sombra, es uno de los valedores de ese proyecto 2050, que él mismo defendió. Un intento de proyectar las acciones de liderazgo más allá de lo que la vida política permite, mucho más marcada por los ciclos electorales, por el vértigo de lo cotidiano y por las coyunturas de los pactos. Un intento de predecir cómo serán las próximas décadas, que llama la atención precisamente porque nos encontramos en un tiempo líquido e impredecible, gobernado, sobre todo, por las incertidumbres.

Aunque sabemos que tenemos grandes retos, y muchos no dependen de un país ni de un gobierno, no es menos cierto que la agenda diaria es la que más nos preocupa (y hacemos mal, porque el tema climático no puede postergarse ni un minuto más). La gente, que tiene la mala costumbre de comer a diario, quiere saber qué pasará mañana. Y querría también tener un poco de alegría, algo de tranquilidad. En los tiempos que corren, tan acelerados y vertiginosos, es tal el esfuerzo que se pide al ciudadano que no me extraña que todo el mundo esté exhausto. Y la pandemia lo ha empeorado todo. También es un tiempo difícil para la política. ¿Estamos todos a la altura?

Decía que Iván Redondo ha abandonado el ‘backstage’, donde supongo que escribe los guiones del Gobierno, y también los nuestros, para salir al proscenio, poniendo voz a su jefe, pero esta vez como actor principal, con líneas y con primeros planos. Ha aparecido quizás cuando la narrativa, el relato que va construyendo, se ha visto sometido a algunas alteraciones, lo que no es raro en todo un guion de gobernanza. No es habitual que los guionistas sean muy conocidos, Rafael Azcona aparte, pero Iván Redondo esta vez ha escrito una frase para sí mismo, que no es un pensamiento técnico ni un pensamiento Twitter, tan en boga, ni una reflexión políticamente correcta a la luz de las tendencias globales, sino una constatación física de que la política es un deporte de gran riesgo, un no parar de aventurarse en aguas bravas. Después de muchas frases cuidadosamente construidas, Iván Redondo ha terminado diciendo: «Yo me tiro a un barranco por Sánchez».

Y esta es la frase de la legislatura. Al final, el gurú se ata al líder de la cintura y pone en marcha el puénting de las decisiones difíciles. Frente al relato de 2050 está el episodio inmediato de los indultos catalanes, entre otros asuntos de ahora mismo. ¿Viene a decir Redondo que a veces es necesario el barranquismo político, aunque pueda traer consecuencias electorales? ¿Presenta así, como constructor de imágenes y símbolos, un relato bien hilado de la tarea del héroe, en el que aparece la figura del líder sufriente?

Pero los analistas creen que, más allá del precio político o electoral, hay una verdad verdadera: la necesidad de mantener la estabilidad del Gobierno, el apoyo de los socios. Pues, sin ello, nada es posible. De hecho, tras las elecciones de Madrid, cuyo resultado impactó con fuerza en Ferraz, y también en Moncloa, se ha abierto el debate sobre otro futuro: el futuro de la izquierda. ¿Se está haciendo Errejón con la agenda verde y se prepara para ser la gran alternativa, o, al menos, una alternativa necesaria?

Algunos barones auguran que el socialismo pagará un precio electoral si se toman las decisiones anunciadas. Otros creen que será una oportunidad para dibujar un nuevo escenario. Aunque se trate de un salto arriesgado y difícil.
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