14/09/2021
 Actualizado a 14/09/2021
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Los novelistas y dramaturgos, los guionistas de cine y cuantos se dedican a escribir relatos de ficción se encuentran con bastante frecuencia con que la realidad supera a la ficción y no necesitan dedicar mucho tiempo para imaginar relatos capaces de satisfacer la curiosidad del lector o del espectador. Basta con relatar lo que acontece en la vida de cada día.

Pero, aunque los seres humanos fundamentalmente somos iguales y estamos hechos de la misma madera (o carne), en la práctica hay notables diferencias. Así, por ejemplo, un mismo hecho protagonizado por un cura o un obispo no tiene el mismo alcance que si lo protagoniza alguien que no reúna esta condición de persona consagrada. En parte se entiende que, si alguien está llamado a dar ejemplo con su vida, se le podrá también exigir algo más que a los demás. No obstante tampoco se puede olvidar que todos los estamos sujetos a los mismos peligros, debilidades y contingencias.

Ningún ser humano normal está libre de contraer enfermedades, de caer en una depresión, de ser víctima del cansancio, de perder la cabeza, de enamorarse o de desenamorarse, de perder la fe o de recuperarla, de cometer las mayores barbaridades o de realizar las más grandes proezas. Eso sí, con frecuencia tendemos a juzgar alegremente a las personas sin pensar lo que podríamos hacer nosotros en sus mismas circunstancias. Y, claro, si además eso tiene morbo, se explica que las noticas se extiendan como la peste.

La Biblia, que es un libro que encierra mucha sabiduría, dice: «Nada hay más falso o enfermo que el corazón. ¿Quién llegará a conocerlo?» Entiendo que mucha gente se sienta desconcertada y perdida cuando salen a la luz determinadas actuaciones de miembros cualificados de la Iglesia. Tampoco me extraña que los enemigos de ésta aprovechen para desacreditarla. Personalmente siento una enorme pena y tristeza al ver el desenlace de la vida de algunos curas y obispos, que por otra parte tienen también muy buenas cualidades. Me preocupa también que la gente tienda a generalizar, pensando que todos son iguales. Tal vez se debería tener en cuenta lo mucho que se parecen los curas a los aviones. Solo son noticia cuando caen. Ya puede haber miles que cumplan con su deber con una entrega generosa. Eso nunca ocupará las portadas de los periódicos o de los telediarios. Finalmente, cuando los seres humanos nos disponemos a juzgar a nuestros semejantes, deberíamos aplicarnos aquel otro principio bíblico: «El que esté limpio de pecado que tire la primera piedra».
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