jorge-frances.jpg

Tiranía de cuota

30/11/2017
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Para tener derecho existe la obligación de etiquetarse. Una etiqueta larga, como las de las camisetas de las grandes superficies, que algunas mañanas me obligo a leer para no olvidarme de mi composición y modo de empleo. Nos etiquetamos tanto que a veces incluso resulta complicado definirnos. Porque en la lucha por la sociedad igualitaria la obsesión de las cuotas nos incita a la perversión de desear ser desiguales.

No hace mucho tiempo un medio de comunicación se interesó por mi trabajo y estuvo a punto de contratarme para su sección de opinión. Pero me leyó la etiqueta, y no era mujer. Y el hueco que quedaba por cuota tenía que ser femenino, así que resulté discriminado por la discriminación positiva. Hace algunos años más contactaron conmigo dela organización de unas jornadas autonómicas que se planteaban realmente interesantes.Pobres inocentes, comenzaron a trazar el programa sin importar las etiquetas. Error imperdonable. La propuesta inicial fue mutando en un sudoku imposible de sexos, grupos empresariales, orientaciones políticas y por supuesto, equilibrio territorial. En Castilla y Leónla cuota provincial es innegociable y habitar Valladolid un vicio confesable, pero poquito. Así que finalmente me dejaron fuera.No era de provincias (favorecía la prepotencia capitalina) ni orbitaba alrededor de ningún partido político (por lo que dañaba la pluralidad ideológica).En ambas ocasiones pregunté lo mismo: «Pero, ¿merezco estar?». La respuesta contundente: «Por supuesto que sí, pero lo siento, no podemos arriesgarnos. Te llamamos para la próxima vez». Esa vez siguiente sí que estuve, conseguí defender a tiempo mi cuota antes de que ocupara el sitio alguien con la misma etiqueta.

Los méritos ya no interesan porque no identifican con ningún grupo clasificable ni dispuesto a organizar una algarada de ‘hashtag’. Hemos viajado del mérito al cupo. Un lugar peligroso que contamina el buen propósito de dar oportunidades a los colectivos que habitualmente tienen más complicada la visibilidad y el éxito. Pero como todas las grandes ideas que aguantaron bien el papel no soportan la complejidad de las sociedades humanas. Así han surgido profesionales de reivindicar su hueco por la vía matemática, la picaresca del triunfo por porcentaje. Es la consecuencia más maliciosa de tasar la igualdad en lugar de enseñarla. «El fin de la educación es aumentar la probabilidad de que suceda lo que queramos», escribe José Antonio Marina.

Una disfunción que también afecta a los territorios. Lo estamos comprobando estos días con el cupo vasco y cada vez que Montoro abre la caja de la financiación autonómica. Castilla y León debía de tener dos cupos, uno por León y otro por Castilla, pero Castilla hace siglos que se olvidó de gritar consignas. Nuestra etiqueta de responsables, solidarios y silenciosos no sirve en el zoco de la insolidaridad territorial, las amenazas nacionalistas y los acuerdos que aprueban presupuestos. Aquí somos de la mayoría,y la mayoría perdió el poder a pesar de la democracia. También por la política de cuotas. La dictadura de las minorías engulle por la teoría del agravio y azuza una sociedad hipersensible al pánico de ser acusado de intolerante. Seguro que Rajoy a Herrera le acaba de espetar lo mismo que me dijeron a mí aquella vez: «Por supuesto que sí, pero lo siento, no podemos arriesgarnos. Te llamamos para la próxima vez».
Lo más leído