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Tipos tópicos: el cacique adinerado

08/07/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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En la primera y única entrega de esta serie veraniega abocetábamos un insigne producto local. El plan era continuar con otras muy distintas y aligeradas efigies (lo haremos cuando el tiempo mejore), pero como la vida muda a cada paso y el verano no se decide a dar comienzo a trompicones de lluvia, granizo y corruptelas, hete aquí que hoy nos detendremos, al amparo de Plutarco y sus Vidas paralelas, en la figura especular de aquel cacique abanderado: la del cacique adinerado (discúlpese el pareado involuntario).

Especular en todos sus sentidos. Donde el otro cacique se comportaba soez y lenguaraz, este reverso tenebroso se muestra públicamente afable y pulcro, sus maneras sacerdotales se diría que bendicen a discreción a sus elegidos desde el púlpito que le confieren deudas y deudores. Reserva quizás los bramidos para la intimidad de la intimidación, pero su imagen se divulga pulcra y encorbatada, con ese terno repulido y a medida que no logra evitar el punto de vendedor a domicilio venido a más y la mirada torcida que calibra la valía de cada cual a precio de mercado. Le falta el gato para la caricatura completa.

El cacique adinerado es, por definición, un hombre de mundo. Concretamente de un mundo edificado a su servicio y semejanza, compuesto de barriadas cómplices, urbanizaciones de lujo decreciente para secuaces y paniaguados, algún que otro entorno dotado de parques, señales de tráfico, periódicos locales y despachos oficiales y un alfoz campestre en que se adivinan sociedades y entramados dignos de un Monopoly chiflado. El paisaje que lo rodea enturbia aún más su bruma cuando los flashes bailan en torno a los arrendatarios de ese universo resplandeciente con cimientos tan fangosos.

Para su beneficio y salvaguarda, el cacique adinerado yergue dos torres en torno a sus múltiples peones. La una ampara su causa con mucha tinta y mucha pantalla luminosa, publica sus gestas y gestos, abunda en la exhibición de sus fotos con gente que manda, dando siempre la calculada sensación de que el que manda –por supuesto– es él. En esos álbumes impúdicos se aprietan en torno a mesas surtidas gente de la farándula política y mediática, personajes públicos y por publicar, directores de medios que algún día –tal vez– fueron periodistas y mandatarios que algún día –tal vez– se arrepentirán de estar ahí y lo saben. Como en la patética familia de Carlos IV pocos años antes de abdicar inicuamente y al igual que en tantos retratos cortesanos al cabo del tiempo breve de su fulgor, esas fotos pintan una época y un estilo cuya adjetivación dejaremos al arbitrio del respetable lector veraniego. Tampoco hay que redundar.

La otra torre se acabará por distinguir con el tiempo.

¿Dónde pasa el cacique adinerado sus veranos? Con frecuencia se desvanece al unísono que sus esbirros, aunque hay quien dice que a veces pernocta en algún calabozo a la espera del otoño de los juzgados.
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